La renovación de Jesús Vallejo supone el mejor regalo que podía recibir el Real Zaragoza en estas fechas, que se lo ha hecho a sí mismo con la universal visión de futuro que comparte con cualquiera que haya visto irrumpir al canterano en el primer equipo. Con 17 años, el central es futbolista, y de tamaño importante. Lo que resulta obvio por ubicación profesional no se corresponde siempre con la definición, pero el chico realiza su oficio con un poso de veteranía y personalidad impropios de su edad. Es futbolista con mayúsculas, aún, por supuesto, dentro del aula en la que deberá ir creciendo en la mejora de sus valores naturales y en la reducción de sus defectos juveniles. La progresión es una asignatura que no pocas veces se atraganta a brillantes deportistas en formación.

No parece ni de lejos que Vallejo vaya a quedarse a medio camino. La titularidad fue suya y debería continuar perteneciéndole en cuanto las lesiones se lo permitan. Hablamos de un patrimonio, de una inversión ganadora, de un muchacho con carácter cuyo compromiso hacia el club está sujeto con fuertes lazos de sinceridad y cariño. El defensa, según los entrenadores que ha tenido, derrocha madurez dentro del vestuario y de la vida, el equilibrio mágico que distingue al jugador inteligente.

Los elogios hacia su figura y lo que representa tienen certificado de garantía. El Real Zaragoza así lo ha entendido y ha mejorado su nómina y el tiempo del contrato. A Vallejo le quedan por cometer errores en el campo, quizás alguno grave, pero su lugar está en primera línea, donde por cada balazo que reciba saldrá victorioso de muchas batallas. Darle tiempo sí, aunque en el lugar que le corresponde, sin paréntesis mojigato de técnico alguno, sin miedos ni dudas a sus 17 años. Exigiéndole el máximo porque él lo hace consigo mismo. Su talento no está en el DNI sino en su cabeza, un lugar donde habita un futbolista muy futbolista.