Cada falta es un acontecimiento. Todos saben lo que va a hacer Leo Messi. O creen saberlo. Pero ninguno sabe descifrarlo. En los tres últimos partidos, tres faltas a Messi, tres goles de falta de Messi. Los tres distintos. No hay ninguno igual. Es un acontecimiento porque se organizan barreras numerosas (el Espanyol llegó a acumular nueve jugadores) o se inventan antídotos novedosos, pero da igual. Da igual porque Messi ha incorporado registros nuevos a un catálogo que empezó con pocas páginas y ahora tiene aspecto de libro enciclopédico. Tres partidos (Betis, Espanyol y Villarreal) y tres goles simbolizan otra racha perfecta.

Apenas 16 tantos había logrado el astro argentino en las siete primera temporadas cuando Ronaldinho ya se marchó del Camp Nou. Heredó la responsabilidad del brasileño. No tenía entonces el oficio ni tampoco el arte que atesora en los cuatro últimos cursos. Los genios también aprenden. No nacen enseñados, ni llamándose Messi, capaz de escribir un amplio catálogo en el que se incluyen hasta tratados de física que intentan explicar lo que resulta realmente inexplicable. Llega Leo al balcón del área, se detiene la pelota y el fútbol entra en una dimensión desconocida. No es nada novedoso que sea al propio Messi a quien le hagan la falta. Así sucedió en Sevilla, luego en el Camp Nou y el pasado martes en Villarreal.

El ritual es siempre el mismo. Deposita con mimo el balón en el césped. Luego se aleja de él antes de reencontrarse con la pelota. Cinco pasos, cuerpo quebrado hasta el punto de cimbrearse como si se rompiera ya que todo el peso está descaradamente asentado en su inclinada pierna derecha. A su alrededor, se suceden, entretanto, pequeñas cosas que no alteran el mapa mental de su falta. «Hay psicosis y nerviosismo cuando tira las faltas Leo», argumentó Valverde, recordando que «unos se tiran al suelo y otros van para atrás». Pero ni así son capaces de instalar barreras infranqueables.