Se le ha achacado al Real Zaragoza, señalando de algún modo a Víctor Muñoz, haber ofrecido ante el Sabadell esa imagen de cobardía impropia de cualquier equipo en casa, más si es un grande. Es cierto que el conjunto aragonés se encogió conforme avanzó la segunda parte, que durante muchos minutos se quedó metido en su campo y que, al igual que le ocurrió en la tarde ante el Osasuna, acabó cometiendo un error que condenó su carácter pusilánime. No era lo que habían hablado, confirmaron el técnico y los jugadores después, pero las señales que emitió el equipo son conocidas en los últimos años.

Solo habían pasado un par de jornadas de Liga y tanto Víctor Muñoz como el director deportivo,Ángel Martín González, incidían en que el equipo necesitaba lograr una victoria pronto para creer en su trabajo. ¿Se olían el temor? Puede ser. De hecho, bien al contrario el equipo ha ido dando pasos hacia atrás. Si ante el Recreativo se mostró como un bloque sólido en defensa y ante el Osasuna dejó sensaciones de lo que quería ser, a partir del choque ante el Barça B se ha extraviado. Ya no es ese equipo serio y recio en la zaga aunque se ablandase en ataque hasta disolverse. Ni es lo contrario. Ni encuentra el modo de cerrar los partidos (en las jugadas a balón parado también sufre) ni es capaz de someter a su rival.

LAS CONFESIONES

Desde luego, los tres últimos partidos deben servir de reflexión ya que se han convertido casi en una norma. En ninguno ha tenido el control. Primero se achacó a la gran calidad de los chicos del Barça B, con ese estilo tan particular de mecer el fútbol; y más tarde, a una mala tarde en Albacete. El domingo no hubo manera de encontrar un análisis alentador. El equipo aragonés llegó al descanso con el partido donde no mereció, con un gol y un hombre arriba, pero dispuso el segundo tiempo que menos le interesaba.

Víctor dijo que no, que no se había metido el equipo atrás, que todo fue producto de un córner. Pero la verdad es que sí, que sí que se metió atrás. ¿Eran esas las órdenes? No. Eran exactamente las contrarias. Lo que el técnico pidió a su equipo en el descanso es que mantuviese el control, que no acelerara tanto en la salida, que no tomara riesgos... La consigna era bien clara: «Tener el balón, simplemente tener el balón».

¿Cuál fue la causa? Ninguno de los jugadores que pasaron por la zona mixta tras el partido fue capaz de explicar el motivo. «El entrenador no nos dijo que nos metiéramos atrás, pero nos metimos», dijo Borja Bastón como toda explicación. Mario lo resumió con un «no sé lo que pasó» y Álamo fue sincero: «Tenían un jugador menos, pero tuvieron la posesión».

Tampoco se puede decir que Víctor emitiese señales de desconfianza desde la banda. Cuando cayó Rico, dio entrada a un delantero, Suárez; y Eldin, mediapunta, se marchó para dejar su sitio a otro, Willian José. Por ahí no se puede achacar nada al técnico. Sí se puede culpar a Víctor que su mensaje no calase. Es otro año, otras caras, pero el Zaragoza se sigue pareciendo demasiado al de su pasado más reciente, con algunos de sus defectos, con todos sus miedos.