A uno le venció la melancolía y acabó derribado por la batería de misiles scud que le disparaban desde, presuntamente, territorio amigo. A otro le tenían preparada la carta de despido y a la primera que apareció un motivo para justificarlo, terminó ejecutado. Ha habido a quien el Real Zaragoza no hubiese echado jamás, pero curiosamente lo hizo contraviniendo la voluntad propia y escuchando la de La Romareda. Y algún otro que hasta hoy acredita el mejor porcentaje de puntos de todos los técnicos que han pasado por este banquillo eléctrico en estos cuatro años en Segunda, pero que siempre llevará su nombre ligado a la afrenta de Palamós, adonde llegó con la reserva encendida y muy poca intención de reponerle el depósito.

Los de esta temporada tampoco han remediado nada, más bien al contrario: se fue del mal del principio al peor de despúes. Al final, Láinez, que recogió un equipo siniestro, aplicó el remedio adecuado para dar un brillante volantazo a tiempo antes de que se produjera un golpe letal. Luego le ha sucedido lo que a todos.

Herrera, Muñoz, Popovic, Carreras, Milla, Agné y Láinez. La lista es lo suficientemente amplia como para hablar de mal endémico, reflejo de una crisis deportiva de profundidad. La SAD tiene previsto que la cuenta la continúe Natxo González, el próximo en tratar de cambiar una tendencia macabra.