David Villa juega al fútbol ajeno a lo que se interprete sobre el escenario. Para él no existe el drama, ni la tragedia, ni respeta que los guiones del destino estén basados en un hecho tan real como el peligro del descenso o en una ficción que le señala con desatino como un artillero egoísta. Es un cómico autónomo al que le son suficientes un par de registros para actuar y ser el mejor: tiene gol y sólo piensa en ganar esté delante el Real Madrid en la final de la Copa del Rey o el Albacete con la permanencia sobre un tapete de fuego, como ocurrirá hoy en el Carlos Belmonte. En esa simbiosis de despreocupación por la magnitud de la empresa y de implicarse en ella como si le fuera la vida, reside el secreto de un futbolista de tan sólo 22 años que lleva 17 tantos y que se anuncia, de una u otra forma, como el salvador del Real Zaragoza. Como el guía que sacará al conjunto aragonés de la última galería de la mina en la que se halla atrapado.

Hay delanteros con mejor vestuario gestual y con detalles más estilizados que los del Guaje . Sin embargo, muchos de ellos sufren a lo largo de una temporada los síntomas de la responsabilidad del cargo y el influjo de las rachas. En esos periodos de hipertensión o sequía espiritual se dejan seducir por la melancolía y tardan en bajar a la tierra, el lugar donde Villa caza sin cesar haya o no presa desde el primer minuto. En pleno periodo de aprendizaje, en su primera experiencia en la élite, el asturiano no ha dejado de asistir un solo partido, y ya ha dado clases en el aula magna de la Liga, todas ellas relacionadas con la prosaica asignatura de que en el deporte, un alto grado de situaciones se resuelven por ambición, mirándole a los ojos a la adversidad hasta arrancárselos.

El pasado domingo marcó cuatro tantos y su equipo no ganó. Otro, al final del encuentro, hubiera posado con el balón para las portadas de la historia y se hubiera pasado una semana soñando a medio metro del suelo. El dijo que no pudo dormir, y en su cara de niño travieso se vislumbraba la sincera e inconformista mueca del buscador de oro que ha hallado un filón y acaba recibir el picotazo letal de un escorpión con suficiente veneno para tumbar a una manada de elefantes. Con ese talante de rebelde con causa, sólo se le puede acusar de individualista por el pecado de su genialidad: los tipos como Villa trabajan solos con o sin aviso de la consciencia, encerrados en no pocas ocasiones en su estudio para fabricar una obra de arte sin ánimo lucrativo por muchas olas que le dediquen. Cuando se vuelve excesivo con la pelota, Dani, Savio y algún que otro compañero le recriminan su abuso olvidando, entre otras cosas, que de esa fuente ha bebido y bebe este equipo que grita David en lugar de gol y que ha sido beneficiario de algunas asistencias del Guaje de tanto peso histórico como la que le ofreció a Savio en el tanto del empate en Vitoria en las semifinales de la Copa. Su pase fue clave para acceder a la final y conquistarla.

Un repaso por su biografía rematadora dice muchas cosas de sus cualidades como especialista y le avala como principal candidato para ser el artífice de la continuidad del Real Zaragoza en Primera División en una de las cuatro jornadas que restan para el término del campeonato. Además, claro está, de un espíritu indestructible, gestado en una personalidad de corteza vencedora que ha madurado a una gran velocidad, sin medir obstáculos, saltándolos todos con idéntico impulso.

Es igual que un niño con una pelota en cualquier calle olvidada de la geografía del fútbol. De ahí arranca Villa con su cresta de tiburón al viento, de la raíz de la sencillez y de la ilusión, y de una bestial codicia innata que sacará de quicio a alguien y al Real Zaragoza de su drama antes de que caiga el telón.