El 25 de junio del 2016, España vivía la víspera de unas elecciones generales singulares, las elecciones que debían poner fin a la situación de incertidumbre política provocada por dieciocho meses de Gobierno provisional y sucesivos intentos estériles de formar un Ejecutivo estable.

Ese mismo día, el Real Zaragoza B recibía en La Romareda al Palencia, con el ascenso a Segunda B en juego, y en el palco del campo municipal un invitado muy especial le comentaba al presidente Christian Lapetra: «Yo soy seguidor del Real Zaragoza desde niño». Por la cabeza del mandatario zaragocista quizás pasara un pensamiento a medio camino entre el escepticismo y el orgullo, sin saber cómo reaccionar a una declaración en principio sospechosa de un exceso de cortesía si no fuera por la categoría personal del invitado. Íñigo Méndez de Vigo (Tetuán, 1956) despachó de un plumazo cualquier atisbo de incógnita y se lanzó a enunciar de carrerilla uno de los mantras del zaragocismo: «Yarza; Cortizo, Santamaría, Reija; Isasi, Pepín; Canario, Santos, Marcelino, Villa, Lapetra». Así, de tirón, sin dudas, con las pausas correspondientes a la ubicación en el campo, del modo en que se recitaban las alineaciones cuando era posible. Y eso no se lleva ensayado para deslumbrar en un palco. Se sabe o no se sabe.

Méndez de Vigo cumplía ese 25 de junio un año desde su nombramiento como ministro de Educación, Cultura y Deporte, cargo al que después agregaría el de Portavoz del Gobierno. Diputado por Palencia, su presencia en Zaragoza obedecía a un triple objetivo: acompañar a su equipo político (Palencia), visitar el campo del club de sus amores (Real Zaragoza) y descargar tensiones en la jornada de reflexión previa a unas elecciones cruciales para el futuro de España.

Admiración

El pasado miércoles, el ministro Méndez de Vigo razonaba en el salón de los Pasos Perdidos del Palacio del Congreso su encariñamiento con el Real Zaragoza. «Mi padre compró una finquita en Comarruga, en la costa de Tarragona, y allí teníamos de vecinos a una familia de Zaragoza. Yo me hice muy amigo de los hijos, Xavi y Quique, zaragocistas, y ahí nació mi admiración por el equipo de los Magníficos», explicaba mientras hojeaba las páginas de Magníficos. La edad de oro del Real Zaragoza (Rafael Rojas, Doce Robles, 2014), el libro que rinde homenaje a aquel esplendoroso conjunto y que ya forma parte de la biblioteca personal del ministro. «Su lectura me traerá muy buenos recuerdos, seguro».

Méndez de Vigo explicó, en presencia también de Javier Lafuente, editor de Doce Robles, y Ramón Moreno, diputado por Zaragoza y artífice del encuentro, su permanente apego sentimental al club aragonés: «Siempre estaba pendiente los lunes de conocer su resultado y leer las crónicas como un buen aficionado. Eso sí, un aficionado moderado, como moderado he sido siempre en todos los terrenos». Una moderación labrada en su extensa carrera como jurista y como especialista en relaciones internacionales con la Unión Europea, a caballo entre la política y la diplomacia.

Con seis-ocho años, el niño Íñigo comenzó en sus veraneos en la Costa Dorada a saborear la magia de los Magníficos, en un tiempo en el que eran muy escasas las ocasiones de contemplar en directo a los ídolos. «Nunca los vi en el campo, solo en los pocos partidos que se televisaban, las finales de Copa y poco más», recuerda Méndez de Vigo. Poco después, ya en la primera juventud, nuevos ídolos mantendrían vivo el sentimiento zaragocista: «Recuerdo que me gustaba mucho Felipe Ocampos, era un jugador tremendo, un delantero que se fajaba con todos. Y, claro, me encantaban Diarte y Arrúa, que era el futbolista que marcaba las diferencias, lo mismo armaba el juego que marcaba goles… Un portento. El fichaje perfecto».

El gusto por el fútbol jugado con arte y con futbolistas de primer orden es una de las premisas esgrimidas por el ministro de Educación para reconocer la relevancia del Real Zaragoza en el fútbol español. «Siempre he tenido la sensación de que tenía un cuerpo técnico excelente que fichaba jugadores, quizás no muy conocidos, que daban un gran rendimiento. Aunque alguno de ellos luego se iba al Barcelona o al Madrid y no rendían tanto. Pienso en Pichi Alonso, también en Amarilla, en Esnáider…. Era un destino futbolístico muy codiciado porque el Real Zaragoza siempre ha jugado muy bien al fútbol. También ha habido grandes decepciones, como sucedió con Brehme», explica.

El amplio conocimiento de la historia del club certifica ese «yo soy seguidor del Real Zaragoza desde niño» con el que Méndez de Vigo presentó sus credenciales zaragocistas en La Romareda antes de cantar esa letanía que tanto gusta a los oídos de los aficionados: «Yarza; Cortizo, Santamaría, Reija…». Ese primer equipo de los Magníficos que poco después variaría en algunos de sus componentes. «Más tarde la alineación de éxito era: Yarza; Irusquieta, Santamaría, Reija; Pais, Violeta; Canario, Santos, Marcelino, Villa, Lapetra», rememora el ministro.

Y como colofón, una reflexión que encierra un deseo compartido por miles de aficionados: «La Segunda es muy difícil, muy larga, pero estoy seguro de que tarde o temprano el Zaragoza ascenderá». En eso coinciden todos los zaragocistas como Íñigo Méndez de Vigo, aquel niño que se enamoró de los Magníficos en los veranos de los 60 en Comarruga y cincuenta años después, en la bancada azul del Congreso de los Diputados, mantiene intacto su cariño por el club aragonés.