Definitivamente, Joan Mir (Palma de Mallorca, 1 de septiembre de 1997), de 20 años, nuevo y flamante campeón del mundo de Moto3, el campeón español nº 19, que conquista el título nº 47 para el motociclismo español, ha ganado por méritos propios, sí, porque es buenísimo pero, también, también, porque tiene el móvil de Dios. Y así lo ha reconocido, cuando ha contado que “cuando empezó a chispear, he pedido a Dios que dejase de hacer, ‘aún no, aún no’. Y me ha hecho caso. Luego, cuando he pasado líder tras la vuelta 15, la que ya podía ser suspendida la carrera y yo salía campeón, le he pedido a Dios que, entonces sí, cayese el diluvio, que cayese la del pulpo, y también me ha hecho caso. Todo ha ido perfecto”.

EL MUCHACHO Y PILOTO IDEAL

Más o menos, perdón, más que menos, todo el mundo que conoce, más que menos, a Mir dice que es un ser encantador. Vamos, que es, como se dice habitualmente, el hijo que todos quisiésemos tener, el hermano ideal, el novio perfecto para nuestra hija y el amigo que todos soñamos. “Como es el piloto ideal para cualquier ingeniero, para cualquier jefe de equipo, para cualquier marca y para cualquier patrocinador”, dice Massimo Vergini, coordinador del Leopard Racing, equipo con el que el mallorquín acaba de convertirse en flamante y nuevo campeón del mundo de Moto3, con los mejores números de la historia.

Hables con la familia, hables con el equipo, hables con su entorno, hables con cualquiera de los 2.000 habitantes del paddock del Mundial, la respuesta es siempre la misma, o similar, o casi idéntica: un muchacho sencillo, extraordinario, tremendamente educado, atento y que, si sigue así, marcará historia en el motociclismo, no solo español, sino mundial. Y eso lo dicen, se lo aseguro, el 95% de los expertos, de los técnicos, de aquellos que saben de esto mucho, mucho, sobre el joven Joan Mir.

JOAN, UN NIÑO MUY DEPORTISTA

Mir, además, y eso conviene no olvidarlo, no nació para esto. Joan no es, ni mucho menos, uno de esos niños que, a los tres días (o bueno, tres años, ¡qué más da!), le pide a los Reyes Magos ¡porque Joan sí cree en los Reyes Magos! una moto eléctrica “o una idéntica a la de Dani Pedrosa, que haga ‘brummmm’ ‘brummmm’”. Ni hablar, Mir corría con todo y se divertía con todo, pero descubrió las motos, las carreras y su profesión cumplidos los 10 años. Ni uno solo de los 90 pilotos que hay en el Mundial, sumadas las tres categorías, empezó tan tarde a correr. Cuando Mir debutaba en cualquier campeonato o copa de promoción, los 25 pilotitos que le rodeaban llevaban ya dos, tres y hasta cuatro años corriendo. Y no diré que les ganaba, pero casi. Bueno, sí, acabó ganándoles a todos, sí.

“Ya está, ya ha cumplido el sueño de su vida, ahora no sé que le queda más”, dice, entre sonrisas, papá Juan Mir, propietario, en Palma, de una tienda de skates y tablas de surf. “Quiero decir que cuando empezó a los 10 años solo quería ser campeón del mundo. Ya lo es. La verdad es que, en los dos últimos años, ha cambiado una barbaridad. He de reconocerlo, Joan era un niño inmaduro, algo infantil, de ahí, tal vez, su absoluta bondad. Muy deportista, eso sí, nada de sillónball, sino activo, jugaba a todo”.

Es evidente que esa actividad, esas ganas de hacer cosas, le convirtieron en un deportista total. Eso sí, la familia de Joan, por parte de padre, y de madre, Ana Mayrata, diseñadora de interiores, es muy deportista. “Nosotros hemos sido, y somos, muy apasionados de los deportes de motor, motociclismo, coches, motos de agua….pero nunca competíamos hasta que Joan nos metió el gusano dentro”, insiste Juan, que hoy ha sido el primero en romper a llorar.

MIR EMPEZÓ MUY TARDE A COMPETIR

“Es curioso, y tremendo, que sea tan bueno, tan rápido, tan listo, tan estratega, habiendo empezado tan tarde”, dice su tío Guillermo, campeón de motos de agua, al que Mir adora. “Yo creo que haber llegado tan tarde, tan grande, tan maduro, a la competición le permitió, le ayudó, a asimilar mucho mejor todo lo que le decían y todos los consejos que le daban a la hora de cómo preparar su moto y comportarse en la pista, estoy seguro”, señala el también padrino mientras su padre asiente con la cabeza.

Le comento a Guillermo que Joan siempre dice que eso de las motos de agua era divertidísimo pero, dígame, ¿qué tienen que ver las motos de agua con la velocidad, el asfalto? “Hombre, cierto, no tienen mucho que ver pero le diré que si se sube a una moto de esas de carreras, la sensación de velocidad, de vértigo, de peligro, de ¡uf, que deprisa va esto! es tremenda, créame”. Y, sí, al parecer Joan disfrutaba de lo lindo por el Mediterráneo saltando las olas yendo de paquete de su padrino. “Pues sí, he de confesar que Joan alucinaba en colores cuando salíamos a mar abierto”.

Juan y Guillermo se sienten, desde luego, aunque lo pasean discretamente por el paddock del precioso trazado de Phillip Island, orgullosísimo de que su muchacho se haya ganado la atención, admiración y cariño de todos. Les cuento que, tal y como encajó, el pasado domingo, el desastre de Motegi (Japón), es una demostración de lo buena persona que es. “No tiene doblez, créame, es un chico excelente. Natural, jamás ha fingido algo que no siente”.

UNA FAMILIA IDEAL PARA UN CAMPEÓN

Si alguien puede hablar del entorno familiar de Joan Mir, ése es el abogado Paco Sánchez, una de las personas más influyentes, en estos momentos, en el paddock del Mundial. Manager también de Maverick Viñales, Sánchez, que le lleva las cosas a los Mir, en plural, elogia que “sus padres, que hace mucho tiempo que están separados, se mantienen al margen de todo, lo que no significa que no estén interesados por la vida de Joan y, sobre todo, por saber quien le rodea y como se hacen las cosas que le afectan. Sobre todo vigilan lo más importante: que aquellos que trabajan con su hijo sean honrados”. Es evidente que ni Javier, ni Ana, ni mucho menos Guillermo, quieren ser protagonistas de esta historia.

Joan es un muchacho muy extrovertido, de sonrisa fácil, permanente, muy en la línea de la que esboza constantemente Marc Márquez, es decir, verdadera, creíble, marca de la casa. Un muchacho, dicen, fácil de llevar. Supertrabajador, no deja de entrenarse y de entrenarse en todo lo que tenga ruedas. “Y, como Marc (Márquez), no se deja ganar ni en los entrenamientos, ni en la pachangas, ni en las tandas de vueltas”, señala uno de sus mecánicos.

EL PILOTO QUE EXIGE A SU EQUIPO

Nadie lo cuenta, pero ahí donde lo ven, Joan Mir es un muchacho “terriblemente exigente” con la gente que trabaja con él, con su entrenador, con su preparador físico y con su equipo técnico. No quiere errores y les mete muchísima presión. “Como los buenos pilotos -señala un miembro del equipo Leopard Racing, que prefiere mantenerse en el anonimato--, exige lo mejor de nosotros para que todo el mundo sea responsable de su trabajo y todos vayamos en la misma dirección, siempre buscando el límite”.

“Yo, la verdad, es de lo mejorcito que he visto en el Mundial y llevo un montón de años aquí”, insiste Sánchez. “ya es campeón, sí, y de forma muy merecida, pues ha ganado ocho carreras, cosa que no ha conseguido nadie. Pero creo que no me equivoco si digo que aún no hemos visto todo su potencial, que es enorme. Muy inteligente en la pista, piensa mucho fuera y dentro del circuito. Gestiona muy bien todas las situaciones de carrera y comete pocos errores. Cierto, en Japón le superó la situación, no nos vamos a engañar, pero ese era ¿verdad? un peaje que todo muchacho, sin experiencia, debe pagar. Hizo borrón y cuenta nueva en siete días y ahí está, campeón del mundo siete días después”.

Si alguien puede fardar de haber convertido a Mir en un piloto campeón, ése es el ingeniero italiano Christian Lundberg, uno de los jefes de Leopard Racing. “Joan es valiente, tiene mucho talento, mucho. En esta categoría, donde todo el mundo muerde, donde, de pronto, sea donde sea, hay diez, doce o quince pilotos candidatos a la victoria, adjudicarte ocho carreras no es fácil y demuestra tu inmensa categoría. Ese es Joan Mir”.

Lundberg reconoce que, el pasado año, Mir era un desastre. Bueno, era un desastre manejando las carreras, en estrategia y, sobre todo, era “malo, malo” porque, según cuentan en su equipo, “no hacía caso a nadie”. Lundberg no tiene reparos en reconocerlo: “Iba a su bola. No sé, tal vez ante sus ojos no teníamos credibilidad y él se lo montaba por su cuenta. Y, claro, no le salían las cosas. Empezó a escucharnos y empezó a ganar. Y ahí, cómo no, cambió todo. Se convirtió en una esponja y se convirtió en campeón”.

El técnico que ayuda a Mir a ser el mejor del mundo cree, como Paco Sánchez, que el entorno familiar de Joan es el ideal para un joven valor que empieza. Sobre todo, cuenta Lundberg, “porque no buscan excusas. Lo que más frena la progresión de los jóvenes pilotos es que su entorno le facilite excusas para justificar sus errores. La única manera de aprender, o la forma más rápida de avanzar, es reconocer sus errores. No hay otra. La familia y su representante lo deja todo en nuestras manos y no le permiten excusas. Perfecto”.

JOAN, DE MOMENTO, NO ES MARC

Lundberg abre los ojos, abre sus brazos, levanta sus cejas y muestra su sorpresa cuando le digo que hay quien comenta en el paddock que “Joan Mir puede ser el nuevo Marc Márquez”. ¡Dios, eso son palabras mayores! “¡Uf!, el nuevo Márquez ¿usted sabe lo que dice? Para ser el nuevo Márquez hay que comer muchos bistecs, entrenarse mucho, ser muy bueno, mucho, muchísimo, ganarlo todo y demostrar que eres uno de los elegidos. Sí, cierto, yo veo en Joan muchas cosas de las que veía en Marc cuando empezó, pero Márquez es la bomba y no podemos poner tanto peso en las espaldas de Joan. Mir lo tiene todo para ser muy bueno, sí, pero también hay que tener suerte. No digo la suerte de Marc, no, pero hay que tener suerte”.

¡Ojalá la tenga!, añade el técnico, que termina pidiendo que “ojalá se unan las mil cosas que han de unirse para que Joan Mir sea el nuevo Márquez. Yo lo sabré, me enteraré, porque me ha prometido que nos hará una visita cada día a nuestro box, pues, dice, que no puede vivir sin nosotros”.