Se levantó el zaragocismo del fin de semana todavía aturdido por la derrota y la insólita realidad, confundido también por esas palabras del presidente asegurando que en el club no se encuentran motivos para el despido de Raúl Agné. Así que el entrenador seguirá, por lo menos, esta semana, mientras el nuevo director deportivo se acomoda. No importa aún que su equipo lleve la peor dinámica de las últimas temporadas, que solo haya sumado 5 puntos en el 2017, que los promedios digan que se va de cabeza a Segunda B, que no se encuentre un Zaragoza tan malo desde 1954.

Con mejores datos fueron cayendo todos los predecesores en el banquillo en estas cuatro últimas temporadas de zozobra. No hay miedo o conciencia del peligro esta vez, una vez confirmado el nuevo fracaso. El Zaragoza comenzó la temporada con el objetivo de ascender directamente. A 15 jornadas del final, el equipo aragonés está a 27 puntos del primer clasificado, el Levante, y a 20 del segundo, el Girona. Ni siquiera tiene cerca la sexta plaza, que le daría el derecho a jugar la promoción. La ocupa el Oviedo con 42 puntos, 10 más que el conjunto de Agné, que está mucho más cerca del descenso (4 puntos), incluso del último puesto del Almería (7 puntos), que de cumplir con su propósito.

A Paco Herrera lo liquidó el club de Agapito y García Pitarch en la 2013-14 porque se temió con razón que el equipo se pudiese despeñar hacia Segunda B. Era la jornada 30 y su Zaragoza era duodécimo con 39 puntos, dos por encima de la frontera roja, pero a solo 4 del sexto puesto. En esa campaña, la peor de las tres anteriores, el Zaragoza salió de la jornada 27 con 37 puntos, a uno de la zona de playoff. No era para tanto, visto desde la distancia y en la comparación. Sin embargo, se vio tan grave el asunto que se convenció a Víctor Muñoz, nada menos, para que accediese a regresar a Zaragoza.

El técnico aragonés había dicho en su momento que nunca volvería con Agapito. Pero la reflexión y el cariño le obligaron a dar el sí. «El Zaragoza está por encima de Agapito o de mí. Lo importante ahora es salvarlo del descenso», afirmó con severidad Víctor el día de su presentación. Pasado el tiempo contaría que el soriano estuvo desaparecido y que no habló ni una sola vez con él durante esos meses. Trabajó y cumplió. El equipo aragonés acabó decimocuarto con 53 puntos, tres más que el Mirandés, que se hundió con 50 puntos, precisamente la cifra que se considera imprescindible para mantener la categoría.

Esa es, en teoría, la frontera que debe cruzar el equipo aragonés para sobrevivir. No está en el camino, ni mucho menos. Su marcha actual, con 32 puntos en 27 jornadas, le da un promedio de 1,18 por partido. Si lo mantiene en proyección, llegaría a 49,7. Es decir, 49. Si se quiere 50. Números que, desde luego, no se puede permitir. Eso supondría estar jugándose la categoría en las últimas jornadas, arriesgarse a un gravísimo peligro de descenso.

La desconfianza crece al comprobar los últimos números de Agné, con el que solo se han sumado 5 puntos de los últimos 24. Solo el Almería, que acaba de despedir a Soriano, ha sumado menos en el 2017. No hay mucho que discutir por aquí. Si no fuese capaz de mejorar estas cifras, no solo descendería. Lo haría muy probablemente como último clasificado y algunas jornadas antes de terminar la competición con 41 puntos. Un bochorno completo, inimaginable hoy en día, que despedazaría al Zaragoza. Parece irreal, pero es lo que dicen enero y febrero, el presente más reciente de este último fracaso.

Hablando en pasado, no se encuentra un Zaragoza tan malo desde la temporada 53-54, cuando tuvo que acelerar en las últimas jornadas para no descender a Tercera. Claro que no se puede confrontar este club con aquel. Entonces no había ganado peso histórico. De hecho, solo había estado cinco temporadas en Primera División. En su grupo estaba, por cierto, el Escoriaza, que jugaba en el antiguo campo de Las Delicias.

El producto de las sensaciones deja muchos recelos. Lo dicen los números y la historia, también el fútbol. El Zaragoza no es capaz de ofrecer un estilo sobrio. Ni se desarrolla con personalidad cuando tiene el balón, que fue la intención inicial y la que luego repitió Agné, ni ha aprendido a defenderse con cierto orden. Más allá, las probaturas en método cerrojo del entrenador han sido descalabros. El fracaso crece, los motivos para desconfiar también.