Mikel Landa se salvó por la campana. Alejandro Valverde hasta intentó escaparse para luchar por la etapa. Nairo Quintana se comportó como si toda la vida hubiese entrenado sobre imaginarios adoquines colombianos. El Movistar, el equipo español del Tour, firmó una actuación magistral en la complicadísima y peligrosísima etapa de las piedras, de un Infierno del Norte del que salió airoso, exitoso y, aunque el ciclista vasco presenta magulladuras en toda la zona derecha del cuerpo, prestos a pelear por el jersey amarillo en las venideras jornadas de montaña. Quiso la fortuna que solo se produjera una caída grave (y fue mucho antes de comenzar el supuesto matadero de los adoquines). Sucedió con apenas 7 kilómetros de etapa y de forma tonta. Richie Porte, en el segundo domingo de Tour, como ocurrió hace un año, se fue al suelo y en vez de cruzar la meta, como hizo victorioso John Degenkolb, acabó en el hospital. Otra vez adiós al sueño de ganar un Tour, como si una maldición lo persiguiera cada vez que pisa Francia.

Y, sin embargo, el Movistar no se alteró. Valverde se sentía cómodo, como está en la quinta plaza de una general que todavía comanda Greg van Avermaet, que se quedó con la miel en los labios en el esprint final. Es el primero de los grandes favoritos, en un día en el que todos, a excepción del retirado Porte y de Rigo Urán, que se dejó 1.28 minutos, salieron más o menos airosos para dejar claro que el Tour se jugará en la montaña, como debe ser, como siempre debería pasar. La montaña comienza mañana tras la jornada de descanso de hoy, en Annecy, con 763 kilómetros de traslado; desde los adoquines a los verdes valles alpinos y sus lagos.

Todo transcurría espectacular. Se superaban los primeros tramos como si hubiese una tregua en el pelotón. Hasta que Chris Froome se puso nervioso y mandó actuar a los suyos. De repente, con el polvo que lo enturbiaba todo, el Sky ordenó el zafarrancho de combate. ¿Y que vio Froome cuando giró la cabeza para comprobar los daños? Vio a Valverde, a Landa y a Quintana que no se habían descolgado, que permanecían atentos, que demostraban no tener miedo a las salvajes piedras, allí donde parece que la bicicleta esté soportando las consecuencias de un terremoto, de lo que se mueve.

Sufría el italiano Vincenzo Nibali, no paraba de pinchar Romain Bardet y los ciclistas que pintaban poco o nada decidieron descolgarse para continuar la ruta hacia el velódromo de Roubaix sin tanto peligro ni agobios. Daniele Bennati, Andrey Amador e Imanol Erviti no perdían la atención. Cada uno de ellos cuidaba de Quintana o de Landa, porque Valverde se movía como un experto y hasta con la sensación de que estaba disfrutando.

CAÍDA DE FROOME

Hasta se cayó Froome. Y, de nuevo el Movistar, como si fueran expertos clasicómanos belgas, a acelerar, para ver si sonaba la flauta del Tour y el británico salía con un descosido de los adoquines. Pero Froome no está para bromas. Ha ido a Francia a ganar. Y su equipo mucho menos. Así que solventó la crisis de forma inmediata.

Todo iba de fábula. Solo quedaban 32 kilómetros. «Cogí el bidón y me puse a beber. No vi la alcantarilla». Landa saltó por los aires y se arrastró por el suelo. Tuvo suerte. No eran piedras sino asfalto fino, aunque se abrasó la parte derecha del cuerpo. «No perdí la calma», afirmó en la meta. Ni a sus compañeros Bennati, Amador y Erviti, que se rezagaron del grupo de favoritos para acompañarlo y para dejarlo con vida, aunque algo herido, sabiendo que se había salvado del matadero de los adoquines.