No hubo indulto ni tregua para Piqué. Los pitos se mezclaron con los aplausos de una grada que esperaba a un jugador marcado a fuego en el fútbol español y que difícilmente podrá liberarse de esa losa. En su agitada noche en el Alicante no faltó de nada, desde escuchar el «Viva España» a ver una amarilla que le impedirá jugar en Israel o ser sustituido en medio de la música de viento.

Se abrazó a Sergio Ramos antes del pitido inicial como si ese gesto fuera a convertirse en una especie de perdón para el futbolista que ha puesto patas arriba la convocatoria de La Roja y ha encrespado los ánimos de buena parte de ciudadanos. No le valió de mucho esa cercanía con el capitán de la selección porque el central azulgrana se enfrentó a un plebiscito nada más pisar el césped del Rico Pérez.

Si la tocaba Piqué, la grada entraba en ebullición y los decibelios aumentaban de manera inmediata, lo mismo que cuando Rodrigo abrió el marcador. Un tanto que celebró el jugador azulgrana abrazándose con el resto de sus compañeros. Lo mismo sucedió con el gol de Isco, cuyo nombre coreó el público, y con el de Thiago. Sin embargo, los goles tampoco trajeron el esperado armisticio y Piqué siguió escuchando ruido cada vez que entraba en contacto con el balón.