Esta mañana toca ser un poco demagogo. No porque la bajeza ética del poder permita cualquier opinión popular a precio de saldo, sino porque sobre la tierra quemada por el consentimiento mudo, la impotencia, la desesperanza e incluso la complicidad, el llanto de sangre y palabras son el único derecho de los damnificados. El Real Zaragoza se muere sin remedio. Le han baleado desde todos los frentes, con Agapito Iglesias capitaneando una tropa que le nombró caudillo por la gracia del ladrillo y sus beneficios a repartir. Ocho años después de esa desafortunada operación promovida desde aquel gobierno de Marcelino Iglesias, este gobierno no tan distinto en irresponsabilidad ciudadana ha optado por desmarcarse de una intervención política a la luz o entre bastidores. Se han limitado a pagar con dinero de los contribuyentes y sin rubor los plazos del aval que Agapito no reconoce como suyos y a evitar el contacto con el apestado y con los diferentes aspirantes a hacerse con las acciones. No con todos, claro.

Juan Alberto Belloch se puso delante de las cámaras para decir que no tenía ni idea de la operación de compraventa y para suspender una vez más su candidatura al club de la comedia con la gracia que dios jamás le concedió. En una situación tan dolorosa, el alcalde saludó a los nuevos propietarios dándole un palo a Agapito y bromeó con que nadie paga el alquiler del estadio. Al bueno de Bermúdez de Castro, quizás el más comprensivo con la gravedad de los acontecimientos. le ha cogido el fuego cruzado y no hace más que esquivarlo. Para Luisa Fernanda Rudi y José Ángel Biel, esto del Real Zaragoza es una mosca cojonera. Mientas tanto, la institución deportiva coge el último aliento antes de expirar con una operación a corazón abierto y fileteado para saciar apetitos de fauces depredadoras. Se busca una macroinyección de capital árabe, pero puede que insuficiente porque la justicia y el fisco están al acecho de cobrarse sus sacrosantas deudas.

El dramatismo, hermanado cada día más con la tragedia, no es gratuito y lo corroboran las informaciones. En esa tesitura de ruina progresiva, convertido hace años en una cuestión de Estado sin atender, el Real Zaragoza sigue necesitando un trato, ahora urgente, de favor. Son indiscutibles los lugares de privilegio de otras necesidades como la sanidad, el trabajo y la educación, y están como mínimo a la misma altura de resolución reivindicaciones ciudadanas de todo tipo y color. La política aragonesa, mal asesorada, ignorante y simplista en la ayuda para amortiguar errores aunque sean de los otros, ha acelerado su autismo hacia uno de los grandes iconos de la Comunidad. Un totem vivo que genera no solo ilusión, emociones y orgullo histórico en el pasado y en el triste presente, sino que motoriza la imagen exterior y una parte importante de la economía.

Mirando hacia otra parte, la política aragonesa no ve venir la bala perdida que un día del 2006 uno o varios de los suyos dispararon a la sien del Real Zaragoza. El proyectil sigue su curso y ellos, su prestigio, utilidad real y compromiso con la gente a la que representan --un buen número de zaragocistas--, están en su camino. Si el club muere, el enterrador pasará después por las puertas del Pignatelli y del Ayuntamiento. Y esta vez se abrirán de par en par.