Lo dijo Paquito Fernández Ochoa y lo podría repetir su hermana Blanca, y Regino Hernández. Y la firmaría, negro sobre blanco, tras la mayor de las cabriolas en el aire y aterrizaje en el frío hielo, Javier Fernández: «Esta medalla de un españolito es como si un austriaco saliese a hombros por la puerta grande de Las Ventas». Porque en deportes tan minoritarios como estos fríos, nevados, helados, lo que han conseguido estos seres únicos, sacrificados y exclusivos debería ser suficiente para elevarlos a los altares como iconos de la especialidad y el deporte español.

Asegura Javier Fernández (Madrid, 1991), Superjavi para los amigos, el muchacho nacido para volar sobre el hielo y caer de pie, que solo ha sentido pánico escénico una vez. Fue en su primer Mundial sénior, en Tokio, en el 2007. «Los nervios pudieron conmigo. Era muy joven, por el nivel de los rivales y porque se celebraron en Japón, donde el patinaje sobre hielo tiene tanto tirón como el fútbol en otros países». Tenía 15 años y acabó el 35°.

«Era revoltoso, apenas atendía, pero clavaba los ejercicios», recuerdan Carolina Sanz e Iván Sáez, sus primeros entrenadores. «Desde el primer momento vi que tenía algo especial», añade Jordi Lafarga, que cogió el relevo. También tiene unos padres (Antonio, mecánico del Ejército, y Enriqueta, trabajadora de Correos) que entendieron que quizá su hijo no era un buen estudiante pero que había nacido con un don. Por ello no dudaron en apoyarlo cuando con 17 años decidió emigrar para seguir creciendo deportivamente, primero a Nueva Jersey, con el preparador ruso Nikolai Morozov, y después a Toronto, para ponerse a las órdenes del canadiense Brian Orser, doble subcampeón olímpico y que ha situado a su pupilo en la élite.

«Brian es un crack. Si me tiene que apretar, me aprieta; si me tiene que dejar a mi aire, me deja. Y como persona es como mi padre, siempre está ahí», subraya Fernández. Ahí estaba también papá Antonio. «Javier estaba centrado. Sabía que iba bien preparado, pero en este deporte puedes tener un mal día y todo queda en nada. Se lo merece todo por el tremendo esfuerzo que significa entrenar y entrenar, pero también por su humildad y compañerismo, que es de lo que más orgullosos nos sentimos. Los éxitos no le han cambiado».

Si algo cabe destacar de Javier Fernández es que «sigue siendo el mismo». Tras ser campeón del mundo en el 2015, le llovieron calificativos como «auténtico héroe» o «símbolo del deporte español», pero todos sus allegados prefieren subrayar que la humildad es su principal característica. «Yo solo quiero hacer disfrutar a la gente», dice.