Brazos al cielo y felicidad contenida. Rafael Nadal jugará su décima final de Roland Garros después de dar un recital de tenis ante Dominic Thiem. En dos horas y siete minutos acabó con las ilusiones del joven tenista austriaco, al que venció con contundencia, casi de forma humillante, por 6-3, 6-4 y 6-0. Muchos más problemas tuvo el que será su último rival para impedir que muerda la Copa de los Mosqueteros mañana (15.00 horas), el suizo Stan Wawrinka, que se ganó la opción de jugar la final después de una batalla de 4 horas y 34 minutos para deshacerse del escocés Andy Murray por 6-7 (6-8), 6-3, 5-7, 7-6 (7-3) y 6-1, que el año anterior le había cerrado el paso en semifinales también, para defender el título que ganó en el 2015.

Ayer, el nueve veces campeón de Roland Garros sumó la victoria número 78. Solo dos veces no ha salido ganador de la Philippe Chatrier desde que ganó su primer título en el 2005. Ante Thiem cedió solo siete juegos para añadir a los 29 que lleva perdidos en seis partidos. Una estadística abrumadora. Solo un tal Bjorn Borg, que tiene el récord con 32 cuando ganó el título en 1978, le supera en efectividad en este sentido.

MARCAR TERRITORIO / Nadal entró en la pista dispuesto a mandar. A imponer el ritmo y a marcar territorio ante el que aseguran será su delfín en este torneo. Thiem deberá esperar un poco. El clásico de la tierra no lo fue tanto. El austriaco entró dispuesto a jugarle de tú a tú, con la confianza de los últimos resultados, la victoria conseguida ante Djokovic y ante el mismo Nadal en Roma. Se sentía fuerte para plantar cara.

Y Thiem empezó arrebatándole el saque a Nadal de salida. Fue la única vez que iría por delante en el marcador. El mallorquín, sin embargo, lo recuperó inmediatamente en el tercero y después en el cuarto para tomar una clara ventaja de 4-1 que ya no dejó escapar.

Nadal no quería sorpresas. La táctica era clara. Evitar que Thiem pudiera pegar parado. Echarlo fuera de la pista, a cuatro metros de la línea de fondo. Buscar los contrapiés y los ángulos. Un pulso desde el fondo en el que el mallorquín se mostró implacable. No había perdón ni descanso para un Thiem que miraba a su palco con cara de pensar: «¿Qué me están haciendo?». Que intentaba animarse con su puño cada vez que conseguía un golpe ganador. Pero, por cada uno que daba, cometía cuatro errores. Demasiada diferencia.

Nadal, por contra, apenas cometía errores. Su derecha era un cañón que apuntaba a las líneas, a un lado y a otro, sin descanso. Y no solo eso. Con el saque salvó las primeras situaciones comprometidas en el primer set en el que Thiem dispuso de dos 15-40, que el balear resolvió desde la línea de servicio.

REPETIR EL GUIóN / Nadal le enseñaba la bola amarilla a Thiem y después la lanzaba para que corriese, de punta a punta de la pista. ¿La ves? Parecía decirle en el momento del saque. ¿Si? Pues ya no la ves y se la tiraba al rincón que menos esperaba. Hasta el final del partido el guión se mantuvo sin que el austriaco encontrara respuestas hasta acabar hundido en un tercer set que entregó en blanco, impotente. El domingo, ante un rival con mucha más experiencia, como Wawrinka, quizá las cosas sean más complicadas, aunque viendo la demostración de Nadal tampoco parece probable. Para ganar al suizo, la estrategia deberá ser parecida a la utilizada contra Thiem. Wawrinka es un jugador de golpes poderosos y al que el mallorquín también deberá sacar de su zona de confort para ganar su décimo título.