En el poco tiempo que lleva en la ciudad, Natxo González ya habrá advertido que la vida corre a toda velocidad en el Real Zaragoza. Bastan tres malos partidos de pretemporada, tan inútiles como los de todas las pretemporadas, para que las primeras señales de preocupación e inquietud circulen alrededor del equipo y hasta en la conciencia del entrenador, que tras el 1-3 contra el Villarreal B manifestó públicamente su preocupación e insatisfacción por la lentitud de la evolución de la idea sobre la que trabaja, hecho este incontestable. El destino del plan es nítido y se puede condensar en la palabra más repetida por el técnico: fiabilidad. A falta de dos semanas para la Liga, el Zaragoza no solo no es un equipo fiable sino más bien todo lo contrario: vulnerable.

Llegar al punto ideal de fiabilidad a veces es imposible y, cuando se alcanza, siempre habrá requerido previamente destreza, perseverancia y tiempo. La paciencia no ha sido en los últimos años la principal virtud del Real Zaragoza, un club que inevitablemente tendrá prisa mientras continúe en Segunda. Difícil escenario con el que Natxo y sus jugadores se van a tener que habituar a convivir incluso cuando la Liga ni siquiera ha empezado. Con la plantilla casi cerrada, a falta de tres piezas ofensivas, será fundamental que el entrenador encuentre lo que busca: esa fiabilidad, la consistencia. El Reus en Zaragoza. Por individualidades, a excepción de Borja, que no ha marcado en Logroño, Miranda y Teruel pero que sí ha enseñado trazas de nivel notable, será difícil que el equipo gane muchos partidos a golpe de talento particular. Hay que hacer equipo en toda la extensión del término. Y que Lalo eleve el nivel individual con tres piezas, las que restan, de más fuste que las que hay.