Transcurren las jornadas, la situación clasificatoria del equipo no se aclara, pero el Real Zaragoza, el rigor obliga, continúa trabajando en el futuro sin tener esclarecido todavía el presente. Fue lo primero que advirtió Lalo Arantegui nada más firmar como relevo de Narcís Juliá. «Ya vamos tarde». Era final de febrero y el nuevo director deportivo enseguida desveló las pautas de su manera de proceder: anticipación y previsión. Su objetivo es tener la base de la próxima plantilla para cuando arranque la pretemporada y en esa dirección han ido los movimientos posteriores.

Tiene elegido el entrenador que quiere para su primer proyecto de autor, Natxo González, del Reus, y está comenzando a dar forma a una de sus ideas, que veremos si es capaz de llevar por completo a la práctica: «No quiero una plantilla que cada año cambie a catorce jugadores». La renovación de Pombo, que de manera inverosímil acababa contrato el 30 de junio y era libre para negociar con el club que quisiera en una muestra de imprevisión terrorífica, y la continuidad automática de Lanzarote, son dos pasos en el sentido que el propio Arantegui trazó a su llegada.

El siguiente, una vez que el equipo logre la salvación en Segunda, objetivo para el cual Láinez está sembrando con buen criterio para recoger el fruto adecuado, será identificar dónde están los déficits de la plantilla y subsanarlos. A uno de ellos deberá prestar especial atención: el Zaragoza necesita jugadores principales en su plenitud física, no basar su proyecto en hombres con miles de kilómetros en las piernas y nada más que 50 minutos de rendimiento. Futbolistas que estén todo el tiempo, no que sean competitivos solo a tiempo parcial. Como dijo Lalo: que muerdan en todo momento.