Roy Batty no era ningún delantero inglés de los noventa. Roy Batty era el personaje que interpretaba al actor Roger Hauer en el mítico filme Blade Runner, un robot de perfecto diseño humano (un replicante modelo Nexus 6) que llega al final de sus días ¿artificiales? con uno los soliloquios más redondos de la historia del cine. El intérprete holandés consideró que la escena de su desconexión programada, frente a un boquiabierto Rick Deckard (Harrison Ford), merecía algo mejor que lo que proponía el guión de David Peoples. Y dejó semejante joya del existencialismo sobre el ocaso de su aliento: «Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Naves de ataque en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad, cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir». El ya famoso monólogo lo tomó, a su manera, del poema El barco ebrio de Arthur Rimbaud.

Hauer quiso que Batty se despidiera a lo grande y con lírica incomprensión de su breve existencia, y dejó como paradójica y fraternal herencia hacia sus creadores esta exposición de la belleza de la vida prestada, que es la nuestra. Cada vez que desde 1995 llega un 10 de mayo, quienes vivimos la conquista de la Recopa morimos un poco de placer y añoranza, conscientes de que después de que cada feliz celebración somos ríos que van a dar en la mar... Varias generaciones de zaragocistas ven y escuchan el relato de aquella mágica noche, que fue tan real, soñando en que algún día puedan ser testigos directos de otra hazaña de semejante dimensión para su club y para el fútbol universal. Porque sí, vimos cosas increíbles. Al Real Zaragoza atacar en llamas más allá del estadio De Kuip de Rotterdam. Vimos la bandera blanquiazul brillar en la oscuridad de Stamford Bridge. Pero, sobre todo, presenciamos el gol de Nayim, de aquel equipo de aristócratas y artistas, en el inigualable planeta del Parque de los Príncipes.

Nadie conseguirá jamás describir con exactitud la esencia de aquella obra de arte. Quizás su autor, Gigi, que no se cansa de repetir que esculpió el disparo desde 50 metros con la absoluta intención de que finalizara dentro de la portería de David Seaman, a un minuto de ganar la final al Arsenal en la prórroga. Los aficionados y los jugadores se fundieron en un abrazo de líquida euforia, en la cima de una lágrima catártica, en la justa intersección de las emociones y los sentimientos, donde la tormenta de la pasión se desata sin control, sin ánimo alguno de ser domesticada.

Llueve a raudales en este Real Zaragoza, nublado por la contaminación y la amenaza apocalíptica, en la misma manera que sufría la ciudad de Los Angeles que recreaba Blade Runner en 2019. Pero hoy es el día de los rebeldes, de Nayim, un hombre que, como Hauer, rompió el guión con su ingenio para escribir el suyo y el de un equipo. Hoy es 10 de mayo, la fecha en la que Mohamed Alí Amar hizo que el sol saliera eternamente para orgullo del club y de sus hijos, para quienes lloraron en París y para aquellos que visitan la Recopa para beber de ese santo grial. No, no es tiempo de morir. Al menos hasta mañana. Lo siento por Batty, pero al contrario que a un replicante, aunque compartamos destino y el silencio de los dioses, siempre nos quedará París como recuerdo cierto de una memoria indestructible.