Para el Real Zaragoza no era el mejor escenario, pero para él la situación era ventajosa. El equipo en Segunda, en obligación de reconstruirse con mucho menos dinero y, por lo tanto, con futbolistas de menor fuste, canterano, fogueado y más hecho tras varias cesiones en la categoría. Sin embargo, la temporada no está siendo fácil para Laguardia.

Primero no encontró la confianza de Paco Herrera y Paredes le arrebató el sitio. Luego lo recuperó porque con el capitán sucedió lo que sucedió y su rendimiento fue el que fue. De todos modos, jugara el uno o jugara el otro, el entrenador siempre solicitó públicamente la contratación de un nuevo central, que ha terminado siendo Arzo, y el club tampoco ha tenido nunca una fe ciega en él, como le ha ocurrido también a Paredes.

Así que con la primera vuelta casi acabada, Laguardia afronta la segunda desde el banquillo y después de no haber considerado la oferta de renovación de la SAD: ampliar el contrato que acaba en junio por más años pero con un sueldo bastante menor. El central no aceptó porque la valoración económica que hace de sí mismo es muy superior a la que el Zaragoza hace de él. Total que ahora se adentra en los últimos seis meses de contrato sin el futuro claro, con la perspectiva de no jugar demasiado y con la ley de la oferta y la demanda corriendo en su contra.