Lo dijo varias veces. No una, ni dos. Habló de él con rotundidad y a pecho descubierto. Mirándole a los ojos. «No tengo miedo», aseveró ayer Víctor Fernández en su presentación como nuevo entrenador del Real Zaragoza. En su tercera etapa en el club, el aragonés afronta su reto más complejo: salvar a su equipo del descenso a Segunda B y quizá de algo todavía peor. El panorama es aterrador y el zaragocismo hace tiempo que tiembla y padece sudores fríos. Hay miedo, sí. Pavor. Pero no lo tiene él. «El miedo te atenaza, no te permite expresarte ni vivir. Yo tengo fe y convicción porque sé que hay un buen grupo y que saldremos adelante». Primera victoria de Víctor.

Su mensaje fue diáfano. El Zaragoza está mal y el peligro es «real, no ficticio», pero Víctor apela al valor. «Vivimos permanentemente en el miedo, que a unos bloquea pero a otros nos estimula y nos dispara». El miedo, si ha de haberlo, como aliado. De eso se trata.

Ante medio centenar de personas, Víctor rescató sensaciones casi olvidadas que se plantaron de golpe en su alma nada más pisar el césped de su Romareda. Ahí se emocionó. También al menos un par de veces durante su comparencia ante los medios. Hablaba de corazón, «Es mi casa. Soy zaragocista y le debo mucho al Zaragoza, al que jamás podre devolver todo lo que me ha dado. Ahora me pide ayuda en una situación difícil y no podía negarme. No lo dudé ni un segundo», admitió el preparador aragonés, que hoy dirigirá su primer entrenamiento.

Llega Víctor con «ilusión» y «humildad», ingredientes esenciales para afrontar el que, seguramente, es el gran reto de su carrera. «Quiero ayudar. Solo eso. No he pedido nada. Ni hay contratos futuros ni pactos secretos que hipotequen al club. Vengo liberado y a cambio de nada», afirmó el técnico, que cobrará el salario mínimo y que no se ha perdido un partido del Zaragoza. O en directo o a través de la televisión. «Está claro que el nivel de rendimiento está muy por debajo de las expectativas de principio de temporada, pero es un buen equipo con buenos jugadores», asegura.

Y, de nuevo, el miedo. O, mejor dicho, la ausencia de él. «Las cosas van a salir bien. Pienso en positivo y no en si tengo mucho a perder o poco que ganar. No tengo miedo porque esto lo vamos a sacar sí o sí». Alto y claro. De hecho, el técnico derrocha cierto entusiasmo ante lo que se avecina. «Va a ser una aventura difícil y un proceso largo y costoso, pero también una experiencia fantástica», asevera justo antes de apelar a su gran cómplice. Su gran aliada en esta aventura. Su gente. «Tenemos un patrimonio extraordinario, que es la afición. La lealtad es básica y así lo demuestra el número de abonados de esta temporada. Cuando he venido al campo he visto una fuerza enorme en la afición y una grada de animación tremenda», expuso con brillo en la mirada.

No hay nada más allá de salvar al Zaragoza de la Segunda B. Esa es la misión y él es el elegido. «Solo lo puedo hacer con el Zaragoza. Con nadie más. Es mi casa y el club con el que me siento identificado y donde crecí como profesional y persona», subrayó Víctor, que no pierde demasiado tiempo en exigir refuerzos. «Sé que están trabajando en ello. Si viene alguien, fenomenal y si no puede ser, saldremos adelante con lo que hay. Yo no he pedido absolutamente nada», promete.

Víctor asegura haber cambiado desde que se marchó, hace diez años. Pero hay una cosa que se mantiene inalterable. «Mi concepto de juego y el estilo no han variado. El que yo quiero es el que emociona a la gente. No podemos reparar exclusivamente en sistemas. Ni rombos, ni cuadrados... no hay fórmulas mágicas. Lo que tenemos que recuperar es la identidad y necesitamos asumir más riesgos en el campo. Ser más atrevidos y no temer al fallo. Superar ese miedo». De nuevo el miedo. «No quiero nada. Solo trabajar, respeto y ayuda. Y soñar. Y quiero hacerlo con el Zaragoza». Sin miedo.