Es difícil jugar al fútbol en las condiciones en las que viene jugando el Real Zaragoza y, sobre todo, es muy complicado sacar buenos resultados. A los problemas generados por las deficiencias inherentes a la propia plantilla, que se han manifestado en toda su crudeza en estas 22 jornadas, y al mal hacer de los dos entrenadores que se han sentado hasta ahora en el banquillo, hay que sumar la tensión permanente que rodea al equipo, la inestabilidad deportiva perenne, las inacabables crisis en cualquiera de sus niveles, el estrés, la incertidumbre y el carrusel de cambios y recambios de futbolistas, que van y vienen y vienen y van. Con semejante cóctel, lo normal es que los problemas acaben también reproducidos en el césped, más todavía si la plantilla no destaca especialmente por su amplitud de recursos y por su calidad pura, que si la hubiera en excedencia las preocupaciones serían menos y las tempestades más llevaderas.

Así se presenta esta tarde el Real Zaragoza en La Romareda para medirse al Lugo en un patido vital, rodeado de conflictos por los cuatro costados, en medio de una tormenta perfecta, después de tres derrotas consecutivas en este truculento inicio del 2017 y con Raúl Agné con el futuro pendiente de un finísimo hilo. Como dijo Cani, en este escenario, caben dos caminos: rendirse o seguir. Tirar la toalla o perseverar. Que aunque el aspecto de las cosas no sea el más esperanzador, no está todo perdido. Que queda tiempo para coser el roto.