Halloween fue el pasado viernes, pero el Zaragoza, Víctor Muñoz y el colegiado andaluz López Amaya decidieron pasar esa noche de pesadilla al lunes para provocar la primera derrota en casa en esta temporada ante un Tenerife que no había puntuado hasta ayer lejos de su feudo y que se llevó todo el botín limitándose a ser práctico, con la calidad arriba de Suso y de Diego Ifrán, y a aprovechar los regalos de su rival y del colegiado, que se inventó un penalti de Borja Bastón que desquició al Zaragoza y que fue decisivo en el desarrollo del partido.

No es normal que un colegiado pite dos penaltis en contra del equipo de casa. López Amaya lo hizo en La Romareda. El primero, el 1-2, se lo sacó de la chistera, se lo inventó porque Borja y Hugo Álvarez solo forcejeaban. Si aplica ese rasero, cada partido tendrá que pitar unos quince. O inventarlos, claro está. Esa decisión trastocó mucho al Zaragoza, que ya no había estado para casi nada en la primera parte, con una distancia enorme entre líneas, con muchas concesiones en la zaga y en el medio y anhelando en todo momento a Mario, que se cayó del equipo en el calentamiento. El segundo penalti, de Rubén sobre Cristo Martín, sí lo pareció, porque el central derriba al extremo.

Otra cosa es que a López Amaya no le temblara el pulso tras haber pitado ya uno y con La Romareda indignada. No le tembló, desde luego. Los que hablaban de un árbitro valiente en el andaluz no se equivocaban. Valiente y algo miope, también es verdad, porque acumuló muchos otros errores de apreciación en faltas en el tramo final.

El caso es que la derrota fue imparable, aunque el Zaragoza acortó distancias en la única jugada combinativa del partido, donde por fin se asoció con sentido y dejó de lado individualismos para que Borja Bastón, ya Pichichi de Segunda con 9 dianas, diera una esperanza que se desvaneció en los últimos minutos. Ahí, el equipo repitió incapacidad a la que sumó un considerable cansancio y unos cambios de Víctor más que difíciles de explicar, que, en todo caso, no trajeron oxígeno al equipo.

Ese fue el final, un tropiezo que deja quinto al equipo y que le impide acercarse a los billetes de ascenso directo, ahora a cuatro puntos. Un jarro de agua fría para un Zaragoza que llevaba hasta anoche siete jornadas sin perder y 17 puntos de 21. Frenó en seco con una derrota inesperada y merecida. Y lo hizo porque la noche pintó mal desde el inicio, cuando Mario se resintió de unas molestias en el calentamiento. El carácter y la capacidad al corte del central se echaron mucho de menos, porque Vallejo esta vez no superó el examen que sí aprobó varios partidos al inicio de curso.

Y es verdad que el Zaragoza comenzó bien, con Jaime acostado a la derecha y con Galarreta con presencia en la medular. Pero fue un espejismo. El Tenerife se dio cuenta de que en el medio podía levantar la cabeza y examinar alternativas, que el Zaragoza se partía en esa zona y a la espalda de sus centrocampistas. Cristo Martín fue el primero que lo hizo. Tras un despeje, dejó solo a Ifrán, la defensa se quedó clavada, Whalley salió tarde y el punta uruguayo, sin casi ángulo, marcó a puerta vacía.

EMPATE Y DEBILIDAD

El golpe trajo toneladas de imprecisiones para el Zaragoza, que aún así encontró oxígeno a balón parado. Rubén, en un envío medido de Eldin en una falta, cabeceó a la red porque Roberto se quedó a media salida. Era el primer gol del central, que en defensa anoche hizo un partido para olvidar.

No le fue a la zaga Vallejo, que se quedó clavado y con molestias en un pase de Aitor Sanz que Suso, una pesadilla para la zaga, envió a la cruceta. Lo cierto es que el tramo final de la primera parte fue una oda a la inconsistencia por parte de un Zaragoza incapaz y demasiado separado entre sus líneas. Así, Whalley tuvo que sacar un cabezazo de Ifrán y el equipo zaragocista llegó al descanso con la sensación de no merecer el punto que tenía amarrado entonces.

Después, claro, apareció el festival del colegiado López Amaya, el Zaragoza se diluyó aún más con Jaime, desde la izquierda, y Willian José haciendo la guerra por su cuenta y sin apenas fútbol en la medular, aunque esto no es nuevo. Y Víctor quiso contribuir. Quitó tarde a Vallejo, metió a Lolo de nuevo en el eje, sacó del partido a Eldin, de lo poco salvable y desde luego uno de los jugadores de más calidad, y culminó su trilogía con un intrascendente cambio de lateral entre Diogo y Fernández. Vitolo y Diego Ifrán, provocador en su salida del campo, no fallaron en los penaltis y el Zaragoza llegó extenuado y sin recursos a los últimos minutos, donde ni murió en el área del Tenerife. Fue una noche para olvidar, un desastre conjunto entre el Zaragoza y el árbitro, que solo podía acabar como acabó, con derrota.