Fue como volver atrás en el tiempo algo más de dos meses. Como regresar durante un rato a aquel verano de imprecisiones, ceños fruncidos y desesperación colectiva a la espera de tiempos mejores. En Sevilla, el Zaragoza fue, durante muchas fases del partido, aquel equipo inseguro, nervioso, impreciso y errático. Todo aquello que pareció haber quedado atrás regresó y esa fiabilidad adquirida después pareció desvanecerse por momentos.

Volvieron los errores individuales en su máxima expresión. Sobre todo atrás, con Ángel, Verdasca y Mikel como protagonistas principales. Regresaron también las peores versiones de futbolistas importantes que pasaron de puntillas por la capital andaluza. En este apartado irrumpen Buff, Eguaras o Toquero. También Febas, un futbolista tremendo que debe despojarse cuanto antes de una excesiva querencia por ir al suelo en cuanto siente el mínimo contacto y de un último regate innecesario en muchas ocasiones. Su maravilloso fútbol recuerda en algo al de los comienzos de Ander en el Zaragoza. Poco cuerpo, extraordinaria calidad y objetivo prioritario de las entradas de los rivales. Pero Ander aprendió pronto a no abusar de la circulación y a aguantar más el tipo de pie. Lo primero exige tiempo. Lo segundo, gimnasio.

Como en verano, Borja iglesias dejó patente otra vez que el Zaragoza dispone de un delantero extraordinario. De esos que dejarán huella. Sus dos goles sirvieron al menos para rescatar un punto ante un rival inferior que no lo fue en intensidad. De hecho, se diría que el Zaragoza se supo siempre tan superior que nunca lo fue. Tuvo tanta prisa en remontar tras encajar un gol al comienzo de cada periodo que ofreció un recital de imprecisiones, incluida una peligrosa tendencia a poner lo individual por delante del colectivo que no gusta. Ahí debe incluirse a Papu, egoísta en la última jugada que pudo decidir el partido. Un pecado de juventud nada grave si se coge a tiempo. Eso sí, si no se trata, dará problemas serios.

Y Delmás. Su irrupción fue una de las pocas conclusiones positivas del verano. Pero en Sevilla ofreció un delicioso festival de fútbol. Firme atrás y brillante en cada incorporación, suyas fueron las dos asistencias a Borja. Pero la aportación del canterano va mucho más allá. Derrocha energía, intensidad y fuerza. Apenas comete errores y, cuando falla -un mal despeje en la segunda mitad ante el filial sevillista- corrige de inmediato salvando el gol tapando desde el suelo un disparo que olía a red. Pero lo que más seduce de Delmás es la seguridad en sí mismo. Justo la que no tuvieron muchos de sus compañeros. Quizá tampoco Natxo, que bien pudo adelantar la entrada al campo de mayor profundidad.

Pareció verano pero era otoño. Al menos, el Zaragoza volvió a sumar por sexto partido consecutivo y sigue a tiempo de todo. Pero se impone olvidar de una vez aquella etapa de adaptación e inseguridad. Todo aquello que parecía haber quedado atrás para siempre.