Fue en un tiempo remoto, lejano y olvidado. El 12 de noviembre del 2003. Aquel día, en Huelva, el CAI sacó el pañuelo por última vez para secar las lágrimas de la derrota. Parecía que nunca iba a llegar otra más. Pero, ayer, después de más de tres meses impecables y doce victorias consecutivas, el equipo de Alfred Julbe despertó de su sueño más dulce. El Plasencia se tomó la revancha de la derrota en la final de la Copa Príncipe con un partido sereno, medido y de gran corrección. Y, a la vez, dejó al CAI sin récord y sin el liderato de la categoría, que se marchó por carretera hacia Extremadura.

El encuentro fue de una igualdad extrema y el Plasencia lo ganó en el último minuto por su mayor templanza. Con la tensión en su máximo nivel y la adrenalina disparada, el equipo de Dani García supo controlar los nervios. Y el CAI, no. Esa fue la diferencia. A los últimos 60 segundos se llegó con 78-78. Ese tiempo lo manejó con brillantez Terrence Stewart que, con un robo, una bandeja y un tiro libre, le puso su firma al triunfo y finiquitó una actuación personal soberbia (32 puntos y siete rebotes).

DECISIVO STEWART Todo lo que hizo bien Stewart en el último minuto, lo hizo mal el CAI. Con el marcador igualado gozó de dos posesiones decisivas y las desaprovechó con el mismo desacierto y espesura. Tanto que ni tiró a canasta. Fue entonces cuando el pabellón se acordó de Lescano y de su capacidad para definir. Pero el Bicho estaba en la banda sentado y aguantando unas muletas.

La segunda derrota de la temporada en casa se fraguó al final, pero su presencia recorrió la grada durante todo el partido. El Plasencia pronto lanzó un aviso (9-19, a mitad del primer cuarto) de su actitud y disposición para la batalla. Y, aunque el CAI recuperó el sentido bajo la dirección de Oscar González, los triples de Doblado y la frescura ofensiva de Otis Hill, nunca tuvo la posibilidad de darle la estocada al encuentro.

LA MAQUINA SE PARA Había demasiadas cosas que no funcionaban en una misma noche. Muchas concesiones en el rebote defensivo, pérdidas y más pérdidas de balón (20 totales) y demasidos jugadores ausentes. Earl, brillante en las últimas jornadas, firmó un partido anónimo sin hacer ni impedir hacer al rival. Sabaté no abandonó la vía oscura en la que se ha introducido. Mesa entró en el mismo camino que Francesc. Ciorciari sólo se pareció a sí mismo en el tercer cuarto y Oscar González maltrató en la segunda parte sus buenos primeros doce minutos.

Y, así, con la batería descargada, las ruedas pinchadas y las lunas rotas, el CAI Zaragoza se estrelló contra un rival serio y muy ordenado. Fue, eso sí, una derrota dulce, una cura de realidad, que sirvió para acordarse de los que no están y que todo el mundo entendió. Porque, por ahora, nadie ha inventado un equipo que gane siempre.