"No pensaba que Cuartero tenía tanta clase", exclamó un aficionado poco después de que el jugador de Pradilla de Ebro hiciera un recorte de tacón a Wome y levantara la ovación espontánea de la grada. La apreciación, errónea porque al canterano nunca le faltó calidad en sus botas y sí quizás una mayor dosis de ambición y de agresividad que ahora derrocha a raudales, sirve para reflejar el espléndido momento que vive: titular indiscutible en el lateral derecho y con el honor de ser el segundo aragonés que levantó la Copa del Rey --y el primero no fue un cualquiera sino Carlos Lapetra--, Cuartero está en una nube de la que ayer dejó claro que no se quiere bajar.

Fue portentoso su partido, como también el de la final copera o unos días antes en el Bernabéu. Seguro atrás y con un pulmón más que el resto para incorporarse con peligro al ataque desde un carril derecho que ya tiene dueño absoluto después de muchas dudas en esa plaza en la presente temporada y de que Víctor apostara por él como mediocentro, aunque no tardó en rectificar para que el futbolista zaragozano no desaprovechara la ocasión. Con esa firmeza no es de extrañar que la grada de La Romareda le ofreciera varios aplausos, que a él le sientan a gloria tras las tardes que ha aguantado con el murmullo de la afición sobre el cogote en cada error que cometía.

Pero eso forma parte del pasado. En el presente no hay espacio para los fallos y sí para un futbolista tan solvente en ataque como infranqueable en defensa. Una buena muestra de lo primero llegó en el único gol zaragocista, en su incorporación desde atrás para aprovechar la apertura a la banda derecha de Dani y en un impecable centro que puso en la cabeza de David Villa.

Así, no sólo no se cansó de doblar una y otra vez a Galletti primero y a Cani después por la diestra sino que cerró a cal y canto la banda izquierda del Espanyol cuando Hadji intentó crear el peligro por ella y hasta exhibió valor en una entrada a los pies de Wome por la que tuvo que ser atendido.

Cuartero, que debutó en Primera un 26 de junio de 1993 y al que muchos consideraron como "la eterna promesa", ha tardado en consolidarse en la élite, pero parece que por fin le ha llegado el momento, en su décima temporada en el primer equipo zaragocista. El, que siempre creyó ciegamente en sus posibilidades y que nunca tuvo un mal gesto, sólo amabilidad y sinceridad en cada una de sus palabras, está acallando muchas voces críticas a fuerza de buenas actuaciones en un año en el que batirá su mejor cifra de partidos por curso --19 en la 99-00 y ahora lleva 17-- y con la gloria de levantar la Copa del Rey como momento absolutamente imborrable en su carrera deportiva. Tiene, pues, motivos más que suficientes para mantenerse en esa nube porque el éxito, aunque tardío, le ha llegado con 28 años y mucha experiencia acumulada en su mochila.