Ana Revilla comenzó muy tarde a practicar triatlón. Fue con 30 años cuando conoció la modalidad la deportista del Stadium Casablanca. Siempre tuvo entre ceja y ceja el ironman y su gran objetivo era competir en el legendaria carrera de Hawái. Este sueño requiere mucho trabajo, mucho esfuerzo y un gran sacrificio y realizar numerosas competiciones de largo aliento. Revilla lleva buen camino. «A todo el que hace triatlón le gustaría ir una vez en la vida a Hawái», reconoce. Ahora es la mejor triatleta de grandes distancias en Aragón y hasta el momento ha disputado cuatro triatlones. El último de ellos a finales de mayo en Lanzarote. El primero fue en Vitoria hace cuatro años. El año siguiente se retiró en Vitoria y el 2017 corrió en la ciudad alemana de Roth.

En Lanzarote no le fue excesivamente bien. «Era el primer ironman clasificatorio que disputaba para ir a Hawai. Pero no lo preparé a conciencia para obtener la plaza. Es de los más duros del mundo y por clima el más parecido a Hawái. Allí el aire es constante y hay mucha humedad». Las distancias eran de 3.800 metros de natación, 180 de bicicleta y el maratón. «Aquí se me fue la marca. Hice 4.30 porque no había comido bien. Quería hacer 3.30, pero reventé». Nadaron en Playa del Carmen. «Salen 1.800 personas a la vez y recibí golpes hasta en el carnet de identidad», explica.

La bici tenía 2.500 metros de desnivel y se recorría toda la isla. «Nunca puedes ir a rueda. Pero enseguida te dispersas». Tras la bici salió bien de ritmo. «Pero en el kilómetro 25 del maratón me dio el bajón. No podía beber, ni tragar geles. Iba andando y corriendo. Solo podía chupar y escupir. No quería retirarme porque era una prueba especial para mí», apunta.

La inscripción costaba más de 400 euros. «Me lo pagué todo de mi bolsillo. Se pasan un poco, pero ya se sabe lo que hay. El viaje también me lo pagué de mi bolsillo», dice la aragonesa, que trabaja de consultora de recursos humanos. «Trabajo de ocho y media a seis de la tarde. Antes corro a las seis de la mañana y media hora más tarde nado en el Liceo Europa». A la semana llega a entrenarse 20 horas en períodos de carga. «El fin de semana me pueden tocar seis horas de bici», dice Ana Revilla.

El triatlón es la válvula de escape de su vida cotidiana. «Es mi motivación para competir en triatlón. Lo necesito. Soy muy nerviosa y antes de ir a trabajar me gusta empezar bien el día corriendo o nadando», explica. Reconoce que no le tiene tomada la medida al ironman. «La comida no la acabo de controlar. Cuando vas a tope, llega un punto que como se me haya pasado en la bici comer geles o barritas, me falta gasolina para el maratón. Aunque Rubén, mi marido, siempre está ahí vigilando. Me cuesta masticar los geles. En Lanzarote no me puse alarmas en el reloj para comer porque me lo pasaba muy bien en la bici. Y me empezó a entrar sueño», recuerda.

Olvidado Lanzarote, el pasado domingo ganó el Regional de media distancia en San Juan de Flumen y mañana corre por primera vez la Quebrantahuesos. «Este año me tocó en el sorteo y me hacia ilusión correrla. Es un entreno de cara al ironman de agosto. Quiero estar en un tiempo de 7.30. Lo que más miedo tengo es la salida por el apelotonamiento de gente», afirma Revilla.

Después correrá el Maratón del Aneto y el ironman de Embrunman el 15 de agosto. «Este ironman está entre los diez más duros del mundo. La bici tiene 5.000 metros de desnivel y se sube el Izoard». Para acabar la temporada competirá en la Ultra Trail Guara Somontano en Alquézar de 100 kilómetros. Todo acumulación de kilómetros pensando en el gran objetivo de Hawái para el 2021. «Habría que preparar una prueba para clasificarme el año anterior. Ya tengo algo mirado con Javier Clavero. Seguramente será por Gales o por Inglaterra. Hemos mirado el perfil y es duro de montaña. El año que viene será de respiro y correré más en montaña», reconoce.