La expedición aragonesa al Cho Oyu en el año 92 fue una odisea con un final feliz. Fue el día de San Miguel a las cinco y media de la tarde cuando llegaron a la cima de la montaña china el turiasonense Juan Jimeno y el navarro Alfonso Bayán. El próximo 29 de septiembre se cumplen 25 años de aquella gesta en la montaña de 8.201 metros que protagonizaron miembros de una expedición del Club de Montaña Pirineos.

Aragón estaba dando sus primeros pasos en el himalayismo. Los pioneros fueron los alpinistas de Peña Guara que ascendieron el Gasherbrum I en 1983. Después le siguieron Pedro Expósito y Domingo Hernández en 1987 ascendiendo el Nanga Parbat, Fernando Garrido en el 88 con el Cho Oyu, Pedro Expósito y Francisco Pérez con el Shisha Pangma en 1990 y la culminación con el Everest en 1991 por Toño Ubieto y Pepe Garcés.

Juan Jimeno tuvo el privilegio de lograr el sexto ochomil para Aragón. Desde Tarazona todavía tiene el recuerdo vivo de aquella expedición. «Los mismos componentes coincidimos en una expedición al Aconcagua un año antes. Al principio estábamos 15 montañeros, pero hubo un accidente aéreo y se redujo a ocho». El equipo lo lideraba Mariano López y lo integraban también Eduardo García, Jesús Gurrea, Fernando Lahoz, Ángel Jaén y los médicos Alberto Rubio y Gregorio Martínez. Jimeno se refiere al accidente aéreo el 2 de agosto de un airbus tailandés Bangkok-Katmandú de la compañía THAI en la que hubo 113 víctimas. «Mandamos en bidones la comida, el material, las tiendas y la ropa de altura. Pero hubo una huelga en el aeropuerto de Londres y se retrasó el vuelo. En el accidente se perdió toda la carga. Pedimos un préstamo y al menos las tiendas de material deportivo se portaron bien con nosotros. Todo lo que preparamos en dos años lo tuvimos que rehacer en una semana. Cada uno habíamos invertido un millón de pesetas (6.000 euros)», recuerda el alpinista del Centro Excursionista Moncayo.

Trayectoria

Era la primera vez que Jimeno acudía al Himalaya. «Había estado en los Alpes, los Andes, el Mckinley y Africa». Jimeno recuerda la primera imagen del Cho Oyu. «Era del estilo del Moncayo. Pero subiendo no era tan fácil. Había que subir una barrera de seracs hasta el campamento I, que estaba en un collado a 6.700 metros. Después montamos otro campamento a 7.200 metros y el campamento III se destruyó debido a una tormenta», explica.

El día de cima no había compañeros en condiciones en la expedición de Pirineos. Jimeno subió al final con el navarro Alfonso Bayán. El mal tiempo se cebó con los montañeros en el ataque a cima. «Sufrimos una tormenta seria. Hubo discrepancias entre los dos sobre la hora de la salida. Bayán quería a las seis de la mañana y yo a las tres. Salimos a la hora a la que prefirió él. Podríamos haber pagado esta decisión». Las condiciones de la montaña era muy precarias. «Había nevado con anterioridad y la nieve estaba costrosa. Bayán se vino abajo enseguida y yo estuve abriendo huella. Arriba lo veíamos todo blanco. Teníamos un agotamiento serio y nos costó hacer 150 metros en línea recta tres cuartos de hora», apunta.

Lo peor llegó en la bajada. «Nos pilló una tormenta seria y decidimos hacer un vivac de 13 horas con 40 grados bajo cero. Excavé una repisa y allí estuvimos aguantando. No nos podíamos dormir y me dediqué a contar los 20 dedos de mis manos. Ese 29 de septiembre volví a nacer y no sufrí congelaciones serias. Pero podríamos haber muerto por una hipotermia», indica Jimeno.

El día siguiente llegó el descenso. «Tuvimos que realizar un paso clave, pero lo tuvimos que hacer con las cuerdas fijas sepultadas. Después llegamos al campamento II donde calentamos agua y nos hidratamos. Después llegaron los porteadores de altura. En el campamento I fueron a buscarnos nuestros compañeros. Para ellos también fueron momentos duros», explica.

Jimeno ya no volvió a ir al Himalaya. «Me invitaron tres años más tarde al Everest. Pero decliné como a otra expedición que se formó para ir al Chogolisa en el 94 con el Pirineos. Mis compañeros no hicieron cima a esta montaña de 7.614 metros porque había riesgo de aludes». Ahora tiene 53 años y vive en Tarazona, a las faldas del Moncayo. Trabaja para la Mancomunidad de Aguas del Moncayo en una empresa que se dedica al mantenimiento de redes de agua potable.