A él le cantó el amigo Joaquín Carbonell sus últimas estrofas. ‘Salimos a ganar. Jugamos para vencer’. Un homenaje del cantautor de Alloza a sus amigos del Norte, como él, zaragocista y antes aragonés, los llamaba. Un brindis que quisieron devolverle sin suerte esos colegas de las montañas, los chicos del Huesca. Compitiendo, sin bajar la cara, los jugadores de la cruz de San Jorge rescataron un empate de inicio y oficio. Con el plan bien estudiado, rozaron la gloria en la Cerámica y sólo un chivatazo del VAR privó la repetición de aquella tarde histórica en Ipurua. El gol de Maffeo al filo del descanso fue descompuesto por una propia mano del lateral que en penalti transformó Gerard.

Un punto para arrancar esta segunda oportunidad en la élite, esa que se presenta distinta, más segura y robusta que la de aquel pipiolo que debutó ganando hace dos años en LaLiga. Con otro encuadre, siguiendo el hilo de la continuidad del ascenso, con ocho jugadores que ya estaban el año pasado y cuatro que escucharon ese ‘Volveremos a Primera’ en el Alcoraz, el Huesca se presentó como un conjunto al que será complicadísimo vencer, sin nervios para hacer su trabajo, con Andres Fernández, un portero de categoría y una estrella humilde, Ferreiro, convertido en faro y luz del ataque.

El gallego se convirtió en un Iniesta para convertir en oro el barro que le pasaban sus compañeros. Un imán para los balones en largo, certero en los centros e inteligente para retener la pelota los segundos necesarios para asegurar las incorporaciones por sorpresas de sus compañeros. Fruto de esta selección de ritmo llegó el gol que adelantó al cuadro aragonés y su ausencia convirtió el encuentro de debut en un acoso baldío de un Villarreal falto de pólvora.

Aseado y bien plantado. Dibujado para tumbarse en la banda, un 4-4-2 afilado en los costados que mutaba al 4-1-4-1 al ceder la posesión. La impresión de la teoría tuvo copia en la práctica. Sin elevar líneas, manteniendo espacios y algo a la expectativa, minimizando fallos propios y esperando los ajenos. El ataque se animaba en el regate de Ferreiro, anclado en la izquierda desde donde salía con libertad de movimientos. Sus centros no encontraron las primeras cabezas ni remates. Fogueo ante un Villarreal superior en la banda ancha y convencido en el daño en aceleración de Samu Chukwueze. Su conexión con Gerard fue el primer disparo amarillo (min. 5) y la respuesta de que Andrés Fernández es un seguro.

El plan se mantuvo. Como el dominio local cifrado en el doblaje en posesión y pases realizados. Y llegaron los goles. Anulados. Uno de Alcácer y otro de Albiol. No hubo VAR, pero sí un aviso a que el Huesca no le valía con la contemplación. Porque el área rival se divisaba en Nueva Zelanda, empadronada lejísimos. Sin balón es inviable el gol y las victorias. Al Huesca le faltaba ese poso, ese cuerpo, con Mosquera y Mikel Rico superados en efectivos y en la velocidad de la transición de la pelota submarina. Coquelin y Parejo se entendían en Mestalla y se entienden en la Cerámica. Y más si Gerard busca la combinación entre líneas. Los azulgranas no encimaban y si recuperaban les duraba poco el regalo en las botas. La pausa del refresco vino ni que pintada.

Pintada como la marca que dibujó el colegiado en el verde. A pierna cambiada, si esa expresión es viable para el ambidiestro Ferreiro, el orensano puso un drop al área para el cabezazo de Okazaki, desviado al palo derecho, inaugurando la sección de ocasiones de esta temporada. Toque de corneta. El aviso no era de fogueo. Apretando más la presión sobre la defensa, pero manteniendo las líneas de atrás bien pegadas, de una recuperación se hilvanó una contra de enciclopedia. Era la estratagema de Míchel. El recorte y el zurdazo lo sentenció en aparición Maffeo, magistral, pero la autoría bien podría encomendarse a la salida rápida de Juan Carlos y al taconazo de Ferreiro, primera vez que el Huesca se impuso al toque veloz, que habilitó a Real para descompensar al otro lado y asistir a Maffeo atento. Golpe psicológico a la altura de McGregor.

Las inercias del fútbol son predecibles. El tanto del Huesca compuso una segunda parte donde el Villarreal tenía que estirarse hacia la remontada. La escenografía era perfecta para los asuntos del Huesca. Con más prisas, los locales ofrecían espacios para un descuido por los que los altoaragoneses casi encuentran la sentencia. Dos ocasiones, una primera en plancha de Okazaki y un lanzamiento de Juan Carlos pudieron ser materializadas. No fue así. Una pena. El Villarreal estaba a lo suyo. Insistiendo de forma más acelerada, abrió el juego por ambas bandas, con la involucración de Pedraza surgiendo en la derecha. El objeto era colgar balones y hallar en el cielo o en el enjambre de rechaces algún premio. Un chut de Alcácer al travesaño fue la premonición de lo que ocurriría en el minuto 66. Otra falta colgada vio la pugna por el despeje o el remate entre Pulido y Gerard. Sin impacto, la pelota bajó hacia Maffeo, cuyos reflejos no le ayudaron a retirar el brazo a tiempo. La mano no fue vista por el árbitro pero sí por el espía del VAR. Penalti y empate de Gerard.

Poco antes Míchel se había atrincherado. Aliviando del cansancio a un imperial Ferreiro y a Juan Carlos, impuso músculo con Nwakali y piernas con Escriche, bajando a Mir al interior diestro. La igualada cercenó el plan de contención, mientras que Emery fue apostando más madera sobre el campo con la salida de Take Kubo e Iborra, por un Coquelin retirado en camilla lesionado. El capítulo final es sabido. El Huesca atrincherado, intuyendo alguna salida rápida como salvación, y el Villarreal lanzado hacia el área rival con intenciones claras: conseguir una victoria con acoso y repetición. Kubo tomó los mandos de las operaciones. El japonés correteaba entre la tupida red defensiva del Huesca para asistir a Gerard, Iborra o Samu, cuyos tiros fueron inciertos.

Seoane, Luisinho y Joaquín. Los cambios que introdujo Míchel insistían en robustecer el parapeto defensivo y tirar de rapidez para encontrar una última bala. El empate era válido, pero si podía caer la victoria mejor que mejor. Sin embargo fueron las contantes imprecisiones del Villarreal en los últimos metros, el bosque de piernas en la multitud del área o las intervenciones de Andrés Fernández las que sellaban la igualada.

Esa que última ocasión que buscaba Míchel se encontró. Un contragolpe finalizó con saque de esquina que cabeceó Seoane y cuyo rechace empotró en la red Pulido. La alegría en el descuento se desvaneció en la repetición. Dos fueras de juego posicionales, uno de Okazaki y el decisivo del central manchego descartaba la celebración. El empate tendría que valer y vale. Porque para empezar se suma y porque para empezar se salió a competir, a vencer, como cantaba Joaquín.

Ficha técnica:

Villarreal: Sergio Asenjo, Peña (Mario Gaspar, m.77), Albiol, Pau Torres, Pedraza, Coquelin (Iborra, m.77), Parejo, Chukwueze, Moi Gómez (Fer Niño, m.92), Gerard y Alcácer (Take Kubo, m.77).

Huesca: Andrés, Maffeo (Luisinnho, m.89), Insúa, Pulido, Javi Galán; Mosquera, Mikel Rico (Seoane, m.77), Juan Carlos (Nwakali, m.62); Ferreiro (Eugeni, m.62), Okazaki y Rafa Mir (Joaquín, m.89).

Goles: 0-1, m.43: Maffeo. 1-1, m.68: Gerard, de penalti.

Árbitro: Estrada Fernández (C. Catalán). Amonestó por el Villarreal a Pedraza y por el Huesca a Mosquera.