El deporte tiene que progresar y evolucionar dentro de un marco de mayor tecnificación e implicación social. No puede desmarcarse de su colosal influencia como motor educativo para las nuevas generaciones, ni de su responsabilidad por avanzar hacia la competición como modelo de mejora física, humana y pasional. El fútbol ha estado demasiado tiempo consentido como campo de batalla y negocio donde todo vale, pero va por el buen camino después de no pocas purgas contra los violentos --demasiado vigentes aún--; los tramposos de pantalón corto o cuello almidonado; de ejemplares iniciativas de solidaridad y de la búsqueda de soluciones para que los errores arbitrales sean detectados casi al instante. Como en todo ejercicio de pureza y lecciones ejemplarizantes, se están filtrando evangelizadores de fina gilipollez. Una cosa es ser intolerante contra la intolerancia y otra bien distinta esterilizar el espectáculo hasta empalidecer su esencia.

El castigo impuesto al Real Zaragoza por la Comisión Antiviolencia por el tifo que exhibió el Ligallo pero que contó con el beneplácito, el aplauso y el consenso de toda La Romareda por el 85 Aniversario del club, supone un patizano que merece revisión e indignación. Una pancarta de celebración costará 20.000 euros al Real Zaragoza porque, según la versión oficial, estos seguidores no disponían del permiso de la seguridad del campo por el tamaño de la tela y porque son habituales en incidentes violentos. La primera explicación no hay por dónde cogerla; si estiman que la segunda es determinante, ¿no se entiende por qué se les permite la entrada al estadio?

A medio camino entre el quiero y no puedo, la hipocresía. No se puede desnaturalizar el fútbol arrancando de cuajo sus raíces, muchas de ellas tan sólidas como poder expresar el orgullo y la alegría de 85 años de vida de un gran club, de una institución criminalizada económicamente y sin derecho al mínimo derecho de libertad de expresión sentimental. La zancadilla de la Comisión Antiviolencia se ha producido muy dentro del área de la injusticia y a años luz del buen criterio. Lo dice el ojo de halcón, lo chiva el chip... Si repasan su conciencia, se sonrojarán por haber cometido esta desproporcionada pena máxima.