No, no fue un sueño. La grada, hastiada de penurias en los últimos tiempos, acabó haciendo la ola tras el cuarto gol, toda una obra de arte en la que se unieron la calidad de Movilla, el arte de Cani y la determinación de Villa. Primero fue un movimiento tímido, dudando que la ocasión lo mereciera --las penurias clasificatorias tampoco aconsejan muchas celebraciones--, pero poco a poco la iniciativa fue ganando adeptos hasta convertirse en masiva, casi multitudinaria, para que esa ola tomara dimensiones gigantescas, invitando a soñar con que va a llevar al Zaragoza en volandas hacia la permanencia. Es cierto, es mucho imaginar, pero también lo era pensar que La Romareda acabaría ayer con fiesta por todo lo alto y sucedió. Fútbol es fútbol, que diría Boskov.

Algo de razón tenía el veterano técnico. Porque este deporte, con devociones, miedos y pasiones en una coctelera, tiene la virtud de encumbrar y mandar a los infiernos a la misma velocidad que sube y baja una atracción de feria. Que se lo pregunten al Zaragoza, que empezó jugando con la soga al cuello de la zona de descenso y acabó fuera de esas posiciones y en medio de los olés de la grada. Sí, la salvación, no está ni mucho menos lograda, pero de eso ya se hablará, y mucho, en un futuro cercano. Ahora es tiempo de disfrutar de este sorbo.

Cambio de moneda

También cambió el signo de la moneda para Juanele, que tiene para escribir un libro de sus relaciones con la afición zaragocista. No están tan lejanos los tiempos en que tuvo que escuchar claras reprobaciones de la grada --el año del descenso-- y mucho más cercana está la época de sus ostracismo, con lipotimia incluida, pero ayer le tocó la otra cara: volver a escuchar una ovación de un estadio que también le adoró en su día. Recibió aplausos al salir a calentar, con el partido sentenciado, el gol de Riquelme le devolvió al banquillo y Víctor le dio el premio con el 4-1 para que la grada lo acogiera con cariño. Tuvo poco más de cinco minutos en su reencuentro con el fútbol y, obviamente, su estado físico no es el ideal, pero eso también queda para otro día.

Pero sí la tarde tuvo un triunfador individual, ése fue Movilla. Es verdad que Dani, el otro fichaje invernal, firmó un gol --tres años después del último-- y recibió la ovación cuando se marchó, pero La Romareda dejó su premio mayor para el Movi , que se fue del Calderón con el cariño de la afición y la enemistad con Manzano, técnico del Atlético, que le relegó a un ostracismo tan real como inexplicable. Aquí, le ha ha costado muy poco conquistar el corazón de su nuevo público. "Nosotros te queremos, Movilla quédate", se escuchó y él devolvió ese afecto haciendo una reverencia a la grada al final del choque. Movilla, Dani, Juanele y el Real Zaragoza volvieron ayer a disfrutar de la cara amable del fútbol. Sólo queda esperar que esta ola de felicidad no se quede en un espejismo.