Oliver Buff llegó a Zaragoza tras romper con su zona de confort. Lo fácil hubiera sido seguir en Suiza. Pudo continuar quemando temporadas bajo la elástica del Zúrich, convirtiéndose en todo un emblema para los aficionados. Oliver pudo escribir su nombre en la historia del club que siente, pero decidió embarcarse en un reto de gran exigencia. Su calidad estaba fuera de toda duda, incluso algún periodista le llamaba Der Geiger —violinista en alemán— por su elegante técnica. Deseaba ampliar sus horizontes futbolísticos y tratar de hacerse un hueco dentro de la competitividad extrema del fútbol español. Lo hizo per aspera ad astra, es decir, buscó llegar a las estrellas por el camino más complicado.

Aterrizó en Zaragoza con la ambición de adaptarse cuanto antes, siempre con la ilusión de que esta etapa fuera duradera y próspera. Tras unas primeras semanas se hizo con un diccionario de mano para comenzar a mimetizarse con el castellano, quería ser uno más desde el primer instante. Esta labor de adaptación social fue más sencilla gracias a la ayuda de sus compañeros y la gran salud que goza este grupo de jugadores tan humano. Sin embargo, su fútbol necesitó de más tiempo para adaptarse.

Marca propia

Al suizo le costó que brotase su estilo descarado e inteligente. No terminó de encontrarse cómodo en los primeros compases de temporada; además fue lastrado por unas pequeñas molestias y por tener que jugar en algunas ocasiones escorado a banda. Buff esperaba ansioso una nueva oportunidad, sobre todo después de haber asimilado con mayor fortaleza los conceptos que requería Natxo.

Su reaparición en La Romareda frente al Lugo fue por todo lo alto. Los focos del vetusto estadio zaragozano iluminaban al chico de cinta y pelo largo. No podía ser de otra manera ya que fue su primera gran actuación. Nada más saltar al ruedo tiró un sombrero señorial que levantó al graderío. Poco después, marcó un soberbio gol de falta. Donde puso el ojo puso el balón. Su actuación pudo haber sido excelsa, pero el travesaño repelió el balón que consiguió picar. Pero hubo más. El reloj suizo no se detiene y sus agujas siempre señalan hacia la portería visitante. Solo un leve toque de espaldas a la meta bastó para desajustar la defensa del Oviedo. Un simple tacón cargado de dulzura para que Borja recibiese de espaldas y definiera como los grandes artilleros. En ese momento, Oliver terminó por dar cuerda a su fútbol. Consiguió calibrar sus aptitudes.

Ante el Numancia demostró que puede ser letal con un pequeño toque. El de su tacón lleno de finura. Estiloso y sutil para reventar todas las líneas y dejar a Pombo solo para que anotase. El suizo también impregnó su ritmo en El Sadar. Su envío a Benito en el flanco diestro fue exquisito, pero más tarde vendría la guinda. Otra asistencia, de taconcito, directa al catálogo de delicias elaboradas por Oliver.

En total, Buff ha participado de forma directa en cinco de los goles que el Zaragoza ha anotado en cuatro de los últimos seis encuentros. Algo que es fruto de lo que plasma en los entrenamientos. El helvético ve la jugada de forma diferente al resto. Toma caminos que nadie espera, esas opciones de alta dificultad que terminan derivando en acciones de puro veneno para el oponente. Su actual estado de forma quedó reflejado en una sesión de esta semana. El cierzo dificultaba el trato del balón, sin embargo, Oliver consiguió domarlo e impregnar su sello pese a las dificultades meteorológicas. Su mejoría podría derivar en su titularidad mañana ante el Sevilla Atlético. El reloj futbolístico de Buff continúa afinándose con precisión suiza.