La etapa puente entre la jornada reina de la carrera y la contrarreloj que se disputa hoy sirvió, entre otras cosas, para rebajar el agrio sabor que deja este Tour en el ciclismo español. Hace al menos veinte años que los equipos españoles no cerraban una edición tan mediocre. Mercado le ratoneó la llegada al gigantón García Acosta y se endosó una inteligente victoria pese a llevar bastante menos fuerzas en sus piernas que el corredor navarro. Esta final de neto color hispano necesitó gestarse, como ha venido ocurriendo la mayor parte de los días, con una escapada madrugadora cuyos integrantes se ven en la obligación de asumir un enorme desgaste para encontrar una mínima posibilidad de victoria.

El Tour vende muy caros los triunfos de etapa y para entrar en esa lotería es necesario invertir un gran caudal de fuerzas. Este sacrificado procedimiento que ya forma parte del manual del ciclista para rozar el cuerno de la fortuna se vio emponzoñado ayer con una acción de Armstrong que dice muy poco en su favor. Simeoni se quiso unir a los fugados pero a su rueda salió el Tío Sam en persona con mayor ferocidad que si hubiera sido un ataque de Basso.

La razón de este insólito marcaje con el que Armstrong devolvió a Simeoni al pelotón cogidito de la oreja venía de las declaraciones hechas por el italiano ante la justicia de su país en las que incluía a Armstrong en el círculo mafioso del doctor Ferrari --cosa que es totalmente cierta--. Este galeno, solicitado e idolatrado por numerosas estrellas del pedal, es el padre de espectaculares rendimientos deportivos en ciclismo y otros deportes de resistencia, donde la calidad de la hemoglobina juega un papel esencial.

Ferrari está inmerso en escandalosos procesos. Armstrong, que verá adobado su sexto Tour con la publicación del libro LA Confidencial en el que se vierten contra él duras acusaciones de dopaje, y con las declaraciones públicas vertidas en Le Monde por su compatriota Lemond, reconoció implícitamente ayer, cuando fue a buscar a Simeoni, que no le son ajenas estas acusaciones. Igualmente puso en evidencia ese espíritu impetuoso, matador e indolente que ha adornado su fantástica trayectoria. Nos recordó asimismo que no olvida a sus enemigos y que no perdona, dos aspectos que no encajan muy bien con la magnanimidad que debe presidir la actitud del auténtico campeón.