Si aún quedaba algún escéptico, ayer terminó de convencerse. El CAI es un equipo orgulloso, con un corazón de gladiador y un amor propio tan grande que ninguna barrera es lo suficientemente alta. En un ejercicio de fe en sí mismo sin precedentes, el equipo aragonés fue capaz de convertir un tormento en una orgía deportiva. En un tercer cuarto esplendoroso enjugó la sustanciosa ventaja del Granada al descanso (39-54) con un parcial arrollador (27-8) y una exhibición de autoritarismo y convicción. Quizá sin pretenderlo, los jugadores del CAI le dieron una lección silenciosa a Alfred Julbe, que se autoexcluyó al final del segundo cuarto provocando dos técnicas con dos acciones infantiles por su insistencia y borrándose sin razón de la pelea cuando más encendida estaba. Gabriel Bolaños, su segundo, resolvió con serenidad y criterio el lío que montó su jefe.

Y lo cierto es que después de los primeros 20 minutos, nadie hubiera apostado ni un euro por la victoria del CAI. Seguramente, ni su técnico. Pero el gatito inofensivo de la primera parte salió del vestuario transformado en un león hambriento. Y en cuatro zarpazos, en una lección acelerada de cómo defender, dejó en los huesos a un rival pusilánime, sin alma y, hoy por hoy, alejado de la entidad que se le otorga. En un mar de dudas, el Granada se disolvió como un azucarillo a pesar de la insistencia del oscense Ordín en revivirlo con un recital en los tiros libres (anotó 17 de los 18 que intentó).

Pero no pudo. Y pocas veces encontrará el Granada un escenario más propicio para derrotar al CAI en Zaragoza. Lescano, sentado y con muletas; el equipo a la deriva y sin rumbo; y Otis Hill, al borde de la eliminación antes del descanso por su desgana y por la apatía de Julbe, que lo mantuvo en pista con dos, tres y cuatro faltas con un no se sabe todavía qué objetivo escondido.

Nada era como se esperaba. Todo estaba del revés. Los jugadores y el entrenador. Sólo una cosa seguía en su sitio. Los árbitros. Su concierto de la primera parte fue espantoso, dañiño para el CAI e indescifrable para cualquier ser humano. Pero Pagán y Munar, que así se llamaban los de ayer, fueron capaces de empeorar en la segunda mitad lo hecho con un carrusel de errores que, esta vez, perjudicó al Granada, que acabó con el técnico expulsado.

LESTER EARL De todo ello no quiso saber nada Lester Earl, que salió decidido a recoger la bandera de liderazgo que había dejado Matías. Con ímpetu y una actitud contagiosa, Earl despertó del letargo a sus compañeros a base de gritos y acciones medidas, y capitaneó el undécimo triunfo seguido, al que Ferrer contribuyó con un papel protagonista.

El huracán de la LEB sigue dejando víctimas a su paso. Nadie ha dado aún con la fórmula para detenerlo. Ha perdido espontaneidad y capacidad de sorpresa sin Lescano, pero su amor propio es hoy más grande.