Algunas cosas de la derrota en el Fernando Torres se pueden explicar por la ausencia de Pulido, central, capitán y líder cuya baja tuvo un peso fundamental en la derrota del Huesca. Datkovic y Josué Sá no mezclaron bien, y la apuesta de Míchel por Mosquera en la recta final para darle más calidad a al salida del balón con el marcador en contra, tampoco funcionó. La herida defensiva se hizo muy visible en los goles del Fuenlabrada: Glauder remató de cabeza un córner con todo el bosque despejado, Josué Sá marcó en propia meta cuando el peligro había pasado de largo y Mosquera, fuera de su espacio natural, no actuó con la contundencia necesaria en un duelo que ganó José Fran para hacer el tercer tanto del equipo madrileño. Con el gotero a cuestas durante todo el encuentro, solo Cristo mantuvo la esperanza de sumar un punto con dos goles de ariete puro. Pero el equipo altoaragonés había perdido demasiada sangre por el camino, y su entrenador, en el intento de utilizar el torniquete de los cambios como herramienta curativa, le condujo a un colapso irreparable.

Con o sin Pulido, otro viaje a ninguna parte. El Huesca, si continúa en esta línea de visitante fantasma, deberá hacer de El Alcoraz una fortaleza inexpugnable. Su caso pertenece ya a la psicología: mientras en su estadio explota todas sus virtudes a lomos de una bella agresividad, en los desplazamientos se evapora en un largo lamento. Adelgaza su competitividad, se arruga su fútbol y palidecen la mayoría de sus jugadores principales en cuanto el rival aprieta. La lesión de Raba tampoco ayudó, pero antes de ese incidente, la escuadra de Míchel ya había instalado su cabeza muy cerca de la guillotina. El Fuenlabrada, perfectamente engrasado para el contragolpe y el máximo aprovechamiento de las ocasiones, fue un verdugo muy profesional. Por algo está en lo más alto de la clasificación pese a ser un recién ascendido. ¿Qué le ocurre al Huesca lejos del hogar? Concede demasiado y cuando quiere reaccionar por lo civil o por lo criminal, con su portero de delantero, el reloj ha dado todas las horas.

Sin diagnóstico claro, el conjunto azulgrana sí emite algunas señales para explicar el porqué de esa doble personalidad que alegra una semana y atormenta la siguiente. La actitud con la que afronta los partidos es muy diferente. En los desplazamientos pierde chispa y los adversarios le entregan el protagonismo con la pelota pero ni una sola gota de agua en la pelea por los espacios fértiles. Se ahoga así el Huesca, que busca oxígeno en el exceso de las individualidades y en las decisiones primarias de Míchel cuando el asunto se pone feo. Mosquera de central; Eugeni de único mediocentro; y Cristo, Escriche, Juan Carlos, Ferreiro y Okazaki a toque de corneta y reabriendo el debate de que hace falta un finalizador que ofrezca más que el simpático japonés. Así acabó el partido, con Yañez sumándose a un córner como un atacante más... No son formas. Con o sin Pulido.