No pocos fueron los que, con el paso de los minutos, vieron en la bola de cristal el triste final en el Nuevo Arcángel. José Enrique, todavía caliente, también vislumbró la fatalidad, solo que desde el césped. «Creo que les hemos regalado el partido», dijo. Le siguió un contundente «no se por qué coño nos metemos atrás» y un «tenemos que espabilar más». Nada más certero que su última afirmación.

El Real Zaragoza carece de fútbol, como muchos otros equipos de la Segunda División, pero también adolece de algo más preocupante: falta de rasmia, de carácter y de sangre. Y eso, por desgracia, se traduce en goles en contra (40 van ya). Y en derrotas. Ayer, una más.

Al Córdoba tan solo le metió en el partido el Real Zaragoza. La falta de espíritu conlleva no estar concentrado al cien por cien y se evidenció en los dos goles con sendas llegadas desde la segunda línea que, supuestamente, debieron ser neutralizadas por el centro del campo en primer lugar y por la defensa en segundo.

Otro detalle, aunque pueda parecer insignificante, fue la amarilla recibida por José Enrique. ¿La razón? Protestar aireadamente al colegiado que no pitara penalti a Dongou. Fue el único. «Tenemos que ser más veteranos», sentenció el valenciano. Un equipo unido y con hambre por ganar se hubiera comido al árbitro.

Por otra parte, el Real Zaragoza incurre en los mismos errores permanentemente, demasiado infantiles en ocasiones. Al final, los once jugadores que están sobre el verde son los responsables, pero lo que transmite el banquillo es sintomático. Esta temporada, el equipo aragonés sufre en defensa cuando está demasiado exigida. A nivel individual, el rendimiento de los cuatro inquilinos de la retaguardia (más Saja) fue correcto, sin alardes ni sobresalientes, pero sufren como núcleo cerrado. El mensaje transmitido desde la banda fue el de reservar el punto y echar al equipo para atrás, lo cual es un invitación al rival a atacar. Y ahí, la defensa, entendida como un todo en el que se incluyen los once, sufre.

El paciente está muy enfermo. El Real Zaragoza solo ha logrado ganar una vez dos partidos consecutivos ante el Rayo y el Oviedo y no ha conseguido la victoria tras adelantarse en ocho de ellos. Por supuesto, la portería a cero ante el Numancia no fue más que un espejismo. Ayer fueron dos tantos encajados por el equipo menos goleador como local. Al paciente hay que curarle ya, pero también querer curarle. Y eso, comienza desde el césped.