Si es usted creyente, póngase a rezar, y si no lo es, acuda con celeridad esta misma mañana a los oficinas del club y ofrezca soluciones del tipo que sean para sacar al Real Zaragoza del pozo séptico en el que ha metido la cabeza. La derrota de Albacete, sumada a las victorias del Racing en Pamplona y del Mallorca en casa frente al Málaga, anuncian la venida del Anticristo, llámese descenso para los agnósticos. Menos mal que el Murcia remontó contra el Valladolid y lo aparcó en la zona de desguaces de la Liga y que el Bar§a hizo bien su trabajo ganando al Espanyol.

Justo por encima de ellos en la clasificación, sin frenos y cuesta abajo, el conjunto aragonés comprueba con espanto cómo se lo van tragando las tierras movedizas de los resultados e incluso del juego: seis puntos de 21 posibles; una pírrica victoria, en Vigo, en los últimos siete partidos; tres encuentros para el final y todos con rivales con grandes aspiraciones vigentes (Osasuna, Atlético y Bar§a). Necesita un mínimo de tres puntos para culminar la salvación siempre y cuando sus perseguidores, con los que tiene mejor goalaverage particular, continúen sin reaccionar. Rece, y hágalo bien alto, con o sin fe, porque visto el desastre del Carlos Belmonte, da la impresión de que este equipo necesita un milagro.

ATEMORIZADO En Albacete regresó el Real Zaragoza bisoño, atemorizado y enclenque de los viejos tiempos. Preocupa tanto o más esa imagen empobrecida a estas alturas que lo que digan los números en la clasificación. Evidentemente debe sumar, pero si quiere hacerlo tendrá que ofrecer una actitud bien distinta para no estar siempre pendiente de las miserias de los demás: de que se rompa la crisma éste, de que a aquél le mire un tuerto, de que a ése se le cruce un gato negro... El asunto es grave y muy serio, porque el tiempo se agota y el paracaídas no se abre. En Albacete nadie tiró de la anilla, y el Real Zaragoza se estampó contra una realidad que asusta. ¿A quién ganará? La pregunta anuda el estómago hasta dejarlo del tamaño de una nuez.

Ese interrogante que se hizo famoso hace dos temporadas, la del descenso, se acentuó en Albacete. Era un partido para tipos inteligentes, pero también combativos. Por allí se pasearon la mayoría de los jugadores de Víctor Muñoz como autistas figuras de papel mojado, bajo una lluvia de negros presagios. En una cita vital para ambos, los manchegos no tuvieron a nadie enfrente y confirmaron su permanencia virtual en Primera jugando al fútbol y divirtiéndose, sin favores arbitrales y con goles. Por cierto, el Real Zaragoza ha encajado 11 tantos en sus tres últimos compromisos --los de Bilbao estuvieron muy condicionados por la actuación del árbitro, Medina Cantalejo--, y ya lleva 53 en contra, los mismos que un Murcia con billete ya para Segunda División. Su seguridad defensiva se ha desmoronado cuando el enemigo está a las puertas de la ciudad. Otra mala noticia. Nefasta.

Víctor Muñoz dijo en su presentación que se iba a sufrir hasta el final. El triunfo en Balaídos amainó el temporal, pero el entrenador mantuvo su discurso, clavado a la cruz que él conoce y que sabía que podía venírsele encima. El Zaragoza, se vio en el Carlos Belmonte con meridiana nitidez, está donde le corresponde porque va justo de material futbolístico pese a los días buenos de Villa y Movilla, a las tardes fuertes de Alvaro y Milito, a los goles parados por Láinez. El resto acompaña en un proyecto poco fiable. Enhorabuena otra vez por la Copa, maravilloso regalo, pero en la Liga la figura de este conjunto es triste.

La próxima visita a La Romareda es la de Osasuna. Será la enésima final. Una victoria supondría un corazón nuevo para un equipo de latido bajo, seguramente los tres puntos que cuadrarían las cuentas sobre la bocina del desastre. Otro resultado distinto forzaría a derrotar al Atlético en el Calderón o al Bar§a en casa. No está el Zaragoza para heroicidades ni para deprimirse. Y usted rece aunque sea al diablo.