El amor cambió la vida de Ismael Remacha. Por su cabeza jamás había pasado la posibilidad de modificar la rutina, sus costumbres, la percepción de su destino. Era un chavalín que dejó el juvenil del Sabiñánigo para probar suerte en el glamuroso contexto del Barcelona C, tras rechazar la propuesta del Cuco Ziganda para ir a Osasuna B. En Can Barça convivió con una generación llena de jóvenes talentos que pensaban en presente, desconociendo el mañana. Pedro Rodríguez, Jeffrén Suárez, Víctor Sánchez o Sergio Busquets, un elenco de grandes nombres. Pero, a diferencia de muchos de sus compañeros, a Ismael la mala suerte le asestó un golpe demoledor. Una fractura en su tabique nasal le apartó de los terrenos de juego un tiempo y, a su vuelta, no encontró el sitio que ostentaba. «El segundo año me costó entrar, vinieron nuevos fichajes y todo se esfumó. Cumplí mis dos años de contrato y me marché».

La etapa en el Bacelona concluyó, pero el vínculo que se forjó en aquel vestuario continúa latente. Siguen siendo los mismos novatos. Tal es así que tienen un grupo de whatsapp donde hacen las mismas bromas de antaño y hablan de noticias, normalmente sobre Pedrito. «Estamos planeando hacer una cena. Tenemos muchas ganas de vernos». Cosas del fútbol, Ismael volvería a verse las caras con sus excompañeros en un contexto diferente. Fue en la fase final de la promoción de ascenso a Segunda B bajo la elástica rojiblanca del Barbastro. El Municipal de los Deportes se llenó hasta la bandera --«¡había gente subida a los muros como en los años 50!»--. Y es que la ocasión lo merecía, el Barcelona B de Pep Guardiola jugaba en territorio oscense. «Nosotros teníamos un grandísimo equipo, de no habernos topado con ellos hubiéramos ascendido». Tras el pitido final, apenados por perder 0-2, el lateral zaragozano se abrazó con fervor con sus amigos del Barça, y con Tito Villanova, con el que tuvo una buena amistad.

Tras merodear durante varios años por el fútbol aragonés llegó la decisión que lo cambiaría todo. «Conocí a una chica panameña que estudiaba en Zaragoza Publicidad y Márketing. Estaba cursando en España parte de su máster y cuando se acabó su estancia decidí a marcharme a Panamá con ella». Su contrato laboral expiraba en la misma fecha que ella tenía que partir, allá por un quince de diciembre. «Tenía dinero ahorrado y decidí partir». El fútbol no le ataba y se guió por su instinto, pese a no saber qué había al otro lado del charco. Panamá se presentó como una ilusionante ventana hacia lo desconocido. Un país pobre, aún en desarrollo, donde el béisbol copa casi toda la atención relegando al fútbol a un segundo plano. Un deporte semiprofesional, con una Primera División que comienza a tener algo de márketing, y es que la histórica clasificación de Panamá para el Mundial de Rusia 2018 ha lanzado un chorro de luz sobre el balompié.

Ismael vive en Ciudad de Panamá, la capital. Su primer club fue el Plaza Amador de Primera Panameña: «Les extrañaba ver un español aquí», aseguró. Fue en este equipo donde alzó un título tan importante como el Apertura, el campeonato del primer tramo de Liga. Aunque la consecución del torneo fue algo feroz, ya que se toparon con el Colón, uno de sus máximos rivales. «Jugábamos las semifinales y habíamos perdido 2-0 fuera de casa. Remontamos en el último instante y los aficionados visitantes se volvieron locos. Saltaron al campo con palos, lanzando sillas. Nos amenazaron de muerte y todo», relata Isma, de 31 años.

Su primera etapa en un club panameño no concluyó de forma amistosa: «Salí un poco enfadado con la directiva del Plaza Amador. No fueron justos conmigo». Su siguiente reto fue en Segunda División, se embarcó en el proyecto del Costa del Este, un club asentado en la zona yé-yé, así es como denominan ahí a la zona más pija de Panamá. Bajo este nuevo escudo logró tomarse su personal venganza ante su exequipo. «Nos tocó el Plaza Amador en Copa. Conseguimos eliminarlos con un gol mío en los últimos instantes. Fue maravilloso». Aunque a los fans no les hizo tanta gracia: «Por la calle los fans me decían ‘Remacha, cabrón que nos marcaste gol’».

Ismael compagina el deporte con su trabajo en una asociación de futbolistas con el objetivo de desarrollar jugadores jóvenes. «Se necesita más formación y una mejora considerable de las instalaciones para sacar el potencial futbolístico que hay en esta tierra». Un país donde el fútbol no da para vivir. «Ahora se ha establecido un salario mínimo de 500 dólares en Primera. Aunque con esta cantidad te da para muy poco». Ismael Remacha está asentado en Panamá, donde ha disfrutado de éxitos y hasta fotos con aficionados por la calle. Una felicidad encontrada tras partir hacia lo desconocido, donde le mandó el amor.