No ha sido una elección al azar, atrapada a ciegas entre mil posibilidades. Oscar Quintana señaló con el dedo lo que quería. Esto, esto y esto. El tiempo le dará la razón o se la quitará, pero en una primera pincelada, en el esbozo prematuro que otorga una presentación amistosa, se vislumbró el cambio en la teoría dominante que usaba el CAI para justificar el fichaje de sus extranjeros, piedra angular de cualquier equipo con sueños de ascenso. Ni Antonio Reynolds es el gemelo de Otis Hill, ni John Brown es el calco de Keith Hill ni Lester Earl ni mucho menos del boxeador Walls. Ambos no forman una pareja de mundos dispares, tónica dominante en las dos anteriores campañas, sino son una combinación de siluetas semejantes y a la vez complementarias.

Se acabó el relato idílico de cada cual que haga lo suyo y se olvide del resto. Ahora la ideología del CAI vive en las antípodas. Ya no es un equipo compuesto por piezas desiguales cuya unión constituía su fuerza. La figura del especialista ha muerto y sobre su tumba se edifica una visión más completa. La personificación de esta nueva visión se presenta más transparente en el binomio Reynolds-Brown, una pareja de currantes de la pintura que ayer empezaron a demostrar que ninguno de los dos se va a encasillar en una sola faceta del juego, sino que buscan la pluralidad en su juego.

Dos trotamundos

Si uno rebotea, el otro también. Reynolds anota, entonces Brown no va a ser menos. Tampoco le hacen flacos a la defensa, a la intimidación, a la ayuda, a la asistencia oportuna. No tienen puntos de grandeza, o por lo menos no vienen aprisionados en ese corsé, pero hacen de todo un poco, sin muchos aspavientos (ni mates para la galería ni presiones alocadas), y de forma más que correcta. A medio gas, sin la tensión del valor del triunfo, ayer, ofrecieron una pizca de esta sobria dimensión. Reynolds anotó 23 puntos y logró 5 rebotes. Brown hizo 15 y 7. Una estadísticas conjuntas que difícilmente se pueden encontrar en la escueta hemeroteca particular del CAI Zaragoza.

Reynolds (Dean en su camiseta) es un pívot con cuerpo de alero, capaz de zafarse dentro de la zona apoyado en su potencia o de alejarse para probar desde la media distancia e incluso probar el tiro de media vuelta en suspensión. Brown, menos preparado técnicamente y más lento que su compañero, es amigo del contacto a ambos lados de la cancha y usa el medio gancho o el triple como arma habitual. Ambos encajan en una explosión de dinamismo, de alta cantidad de alternativas ofensivas y defensivas en beneficio del trabajo colectivo y lejos del lucimiento personal. Dos trotamundos del baloncesto (Brown llegó a jugar en Chipre y Australia y Reynolds en Argentina y la República Dominicana) que hacen de la humildad su mejor carta de presentación.