Cada semana la situación física de la plantilla del Real Zaragoza es como un parte de guerra. Salen unos, entran otros, pero el número de lesionados o de futbolistas renqueantes siempre es numeroso y nunca disminuye. Este ha sido uno de los principales quebraderos de cabeza de los entrenadores que ha tenido el equipo y uno de los factores que han condicionado, para mal, la temporada. A falta de siete jornadas ya se puede decir que las lesiones, y todo lo que conllevan consigo, no han respondido a circunstancias casuales sino que han sido una constante y como constantes tienen unas causas.

No se puede ser reduccionista con una problemática que afecta de manera tan directa al rendimiento de un equipo de fútbol, que vive en gran medida de la salud y el buen estado físico de sus componentes. A este punto tan extremo se ha llegado por una concatenación de factores, alguno azaroso, otros evitables. La mala calidad física de la plantilla, de la que los técnicos se han quejado de forma unánime, los insistentes problemas con algunos procesos de recuperación, la situación de estrés que ha vivido el grupo, la fragilidad personal de algún futbolista, la desconfianza entre las partes implicadas que hay instalada de puertas hacia dentro, el estado de los campos de entrenamiento, la deficiente preparación...

No hay semana en la que que el entrenador tenga o haya tenido sanos a todos sus jugadores. Un asunto que el club deberá abordar este próximo verano.