Es el partido de Neymar. O uno de los dos partidos de Neymar. Salió por piernas del Camp Nou en agosto camino de Francia, convertido en el jugador más caro de la historia (222 millones de euros), para ser el único rey de un equipo. El Paris Saint Germain le daba lo único que no tenía en el Barça. El trono. Ahí ha vivido instalado con la tranquilidad que le proporciona la Liga francesa, una Liga menor, a la que ni siquiera él, uno de los mejores del mundo, ha podido darle la trascendencia que tiene la española o la Premier. Por eso, juega Neymar mañana en el Bernabéu el partido para el que fue fichado.

Juega contra el Madrid de un Cristiano que pelea desesperadamente contra su declive. Juega para demostrar que el dinero también da la felicidad porque al PSG, aún zarandeado por el recuerdo del humillante 6-1 que recibió del Barça en la Champions la pasada temporada, se le agota el tiempo. Aquella noche fue de un rutilante Neymar vestido de azulgrana, pero las portadas pertenecieron al Dios Messi. Era la prueba que necesitaba el brasileño para saber que si no volaba no tendría vida propia.

Se fue a Francia, un país pequeño futbolísticamente, cuyo único equipo que ha ganado la Champions fue el polémico Olympique de Marsella de Bernard Tapie (1993), con aquel cabezazo de Boli al Milan. Antes, la nada. Después, la nada. Y ahora, Neymar protagoniza el mismo viaje que Ronaldinho en su día. Pero al revés. Ronnie fue de París a Barcelona; Ney, de Barcelona a París, donde le han construido un equipo a su medida, dirigido por un cuestionado técnico (Unai Emery), que parece un cuerpo extraño, atormentado por el recuerdo del gol de Sergi Roberto.

«Quería escapar de todos los sitios, estuve media hora recorriendo todos los pasillos del Camp Nou», confesó el técnico del Paris SG a Jorge Valdano en una reciente entrevista en Bein. «No sé cuántas patadas di a las paredes en esos momentos», reveló Unai. A Neymar no solo le han dado el trono, sino también el balón. Sus peleas con Cavani por tirar penaltis y faltas se convirtieron en asunto de debate mundial al punto de que tienen nombre propio: Penalti Gate.

También le han concedido, por supuesto, todo el poder. Dentro y fuera del campo. Para empezar se llevó a Alves al Parque de los Príncipes cuando el exlateral azulgrana lo tenía casi todo cerrado para irse al City con Guardiola. «Sabemos que tiene algunos privilegios en el vestuario como Kylian. Pero a mí no me molesta. No estoy celoso de ninguno de los dos», dijo Rabiot en referencia a Neymar y Mbappe, dos delanteros que han costado 402 millones de euros.

En sus seis primeros meses parisinos, Neymar ha vivido de todo: conflictos con Cavani, desencuentro con su público (marcó cuatro goles al Dijon, pero fue silbado por el Parque de los Príncipes por ningunear al uruguayo) y hasta se le vieron derramar lágrimas con Brasil cuando Tite, el técnico, salió en su defensa. «La gente espera que sea perfecto. Pero tengo 25 años. Pido perdón cuando cometo errores. Soy un ser humano». Un ser humano que lleva 28 goles en 27 partidos en Francia.