El endiablado vértigo contra Leo Messi. Ese vértigo del punzante Liverpool de Jurgen Klopp, finalista de la pasada edición de la Champions, caído ante el Real Madrid de Zidane por los infantiles errores de Karius, se asoma amenazante en el horizonte del Barça de Messi. Es el penúltimo obstáculo para estar el próximo 1 de junio en el Metropolitano. Penúltima y peligrosa curva que debe esquivar el equipo de Valverde, empeñado en no dejar mal a su capitán.

El verano pasado, Messi comprometió su palabra en la reconquista de la «Copa más linda y más deseada». Ahí anda ahora Leo. Líder en el campo y portavoz fuera. Sublime con el balón (10 goles lleva en la Champions) y autocrítico cada vez que se pone delante de un micrófono. Y desde que es el dueño del primer brazalete de capitán azulgrana se le ve aún más responsabilizado todavía. Si cabe claro. Ahí anda Leo, a tres partidos de conquistar su quinta Champions en 10 años, consciente de que el Balón de Oro está más cerca que nunca tras el desplome de Cristiano con la Juventus ante un irreverente grupo de niños, reunidos en torno a la indestructible idea del Ajax, que le dejó en la calle y que está maravillando al Viejo Continente.

Apartado Cristiano y apartado el Real Madrid de la aristocracia europea. Roto el matrimonio de conveniencia porque ya no se soportaban, ambos han perdido. Desde el 2010, el equipo blanco no estaba lejos de unas semifinales europeas. Desde el 2010, el astro portugués tampoco se quedaba fuera de la cita de los cuatros grandes del continente. Separados, desengañados y desorientados están el Madrid y Cristiano, repletos ambos de frustración.

LAS CERTEZAS

El Barça, en cambio, está lleno de certezas a través de la infinita y voraz mirada de Messi, escoltado por un ecosistema táctico, mérito de Valverde, que lo arropa. No resulta nada casual que los azulgranas, con seis goles encajados en 10 partidos, sean la mejor defensa de la Champions. Ni que haya firmado un torneo hasta ahora irreprochable, con siete victorias y tres empates. Es el único que no ha perdido. Pero eso, como recordó Messi, no garantiza nada. «Si tienes cinco minutos o 10 malos en Europa te pueden echar, ya tenemos la experiencia de Roma», proclamó el capitán trasladando un mensaje de prudencia con un enloquecido Camp Nou a su alrededor y con su gigantesca y seductora figura.

Enloquecido estaba el culé porque había superado la frontera de cuartos unido, además, a la explosión de alegría que supuso el gol de De Ligt, el central que quiere el Barça, para abatir a la presuntuosa Juve de CR7. Tres tantos firmó el Barça (dos de Messi y uno de Coutinho, que lo tomó para desquitarse del público tapándose los oídos), pero, en realidad, fueron cuatro porque el del Ajax en Turín lo sintieron igual de suyo. Así lo celebró el estadio azulgrana.

Con el Madrid de vacaciones, pendiente de un interminable casting donde Zidane ejerce más de director deportivo que de entrenador, salvando la cara a su amigo y presidente Florentino Pérez tras un año en blanco, y Cristiano limitándose a saborear un scudetto más de la Juve, Messi ve el camino libre hacia la final de Madrid. Pero antes llega el Liverpool, un equipo endemoniadamente eléctrico, que adora el fútbol heavy metal que tanto le gusta a Klopp.

No hay pausa alguna. Es la velocidad de Mané fusionada con los movimientos benzemanescos de Firmino unido a la genialidad de Salah, robustecido todo por el coloso Van Dijk en el eje de la defensa y arropados ahora por las manos de Alisson, el meta brasileño. Un equipo eléctrico con la mano de rockero de Klopp y la magia de Anfield como soporte.