Dice Víctor Muñoz que el fútbol en Segunda División es de otra manera. No le falta razón al técnico. Hay mucho pelotazo, demasiado balón aéreo y, consecuentemente, los partidos se convierten en una consecución de segundas jugadas. No le viene tan mal al Real Zaragoza, todo sea dicho, un equipo de cuerpo musculoso y talla anormal, poco común en La Romareda, donde hay más costumbre por los futbolistas de ojos vivarachos y baja gravedad. Este no. Este va bien por arriba, muy bien, pese a esos despistes de sobra conocidos de algunas jornadas atrás. Ayer, quién lo diría, ganó a la contra después de insistir todo el partido en un vaivén circulatorio poco productivo en el que participaban más los centrales que el resto del equipo, con la correspondiente falta de sustancia futbolística. Le dieron la victoria, bien al contrario, las dos bandas, la segunda línea y su rapidez. Fue el triunfo del talento y la sorpresa, al cabo.

El Zaragoza, asumido su corpachón, lo intenta aprovechar todo, hasta los saques de banda. Los de Cabrera caen como balas de cañón en el área cuando las lanza desde la izquierda. Le resulta tan cómodo este gesto y otros que se repite hasta el exceso. Así va aplastando a su rival a ratos, exigiéndole ese incómodo plus de concentración en las jugadas de estrategia. Llegará el premio, sin duda, que le suavizará más de una tarde. Por ahí la acumulación de sesiones de trabajo estratégico corren a favor.

Si se mira la altura de muchos de los zaragocistas, se puede entender la ventaja. Cabrera, Rubén, Javi Álamo, Willian José y Borja Bastón, además del increíble Whalley, rozan o superan los 190 centímetros, estatura nada ordinaria en el fútbol. Se entiende que se abuse así de cierto juego. Se espera, no obstante, la llegada del otro, el que le hará diferente y superior en esta categoría tan fea. Lo tiene, seguro. Se sabe porque va apareciendo conforme llegan los jugadores que entraron tarde, los lesionados, los que han crecido en el banquillo y ahora piden paso.

Uno es Eldin Hadzic, con esos andares juanelescos que recuerdan tanto al Pichón de Roces. Anda lejos aún del asturiano, pero en este fútbol que toca hoy parece casi un diamante. Pone regates, cambios de ritmo, disparos desde fuera del área y velocidad. Resumió su fútbol en la primera parte con una falta de calidad que le sacó Cabrera y una contra que finalizó con un disparo de primeras. Luego participó en los dos goles. Uno lo metió fácil, bonito, como lo meten solo unos pocos. El otro se lo regaló a Jaime Romero, que enloqueció como si le debieran algo en La Romareda o en el banquillo.

No fue bonito el gesto último, ni el gol que no le quiso dar a Bastón, que se molestó con razón. El fútbol, se sabe, hay que demostrarlo, arriba y abajo, en la Ciudad Deportiva y en La Romareda. Hay que entrenar duro y comportarse en el campo como buen compañero, o simplemente compañero, corriendo y metiendo duro si corresponde. Le toca corregir porque eso estropea al estupendo jugador que tiene dentro. Veloz, hábil e intuitivo. Debería saber que si es capaz de dulcificar su temperamento y ayudar a su lateral, aunque solo sea a ratos, será titular, más ahora que parece definitivamente desaparecido el Javi Álamo de la pretemporada.