Tocó llorar. Tocó vivir la ingrata y dolorosa escena de despedir a los jugadores entre lágrimas mientras los portugueses se abrazaban en el centro del campo. El sueño de toda una ciudad, La Coruña, y de un equipo, el Deportivo, terminó ayer cuando Derlei marcó de penalti en Riazor (0-1). El Oporto buscará su segundo título de campeón de Europa, después del que ganó en 1987 con el inolvidable taconazo de Madjer.

La cita será el 26 de mayo en Gelsenkirchen. Ahí le espera el Chelsea o el Mónaco. Mourinho fue mejor que Irureta. Le superó en todo. Su planteamiento fue perfecto. Sin fisuras. Siempre manejó el ritmo del partido frente a un Deportivo que pagó su ansiedad, su falta de ideas y terminó siendo bailado en su estadio cuando jugó 21 minutos con 10 por la expulsión de Naybet.

Fue una noche negra. Nefasta. Propia del día frío y lluvioso que se vivió en La Coruña. El Deportivo nunca entró en juego. Se sintió incómodo. Nervioso. Extraño. Agobiado por la excelente colocación de un Oporto muy bien armado que se mostró lento con el balón en el pie pero rápido en la presión. Los portugueses demostraron ser un equipo con trampa. Son capaces de dormir el partido --tuvieron un 58% de posesión del balón-- y en un segundo conectar con Deco, un mediapunta genial, para meterle una quinta marcha a su juego y buscar al correoso Derlei o al peleón Carlos Alberto.

SIN MAURO SILVA Y el Deportivo, sin el sancionado Mauro Silva, se sintió huérfano. Perdió a su referencia y le entró miedo. Esperó a los portugueses demasiado atrás, consciente de la lentitud de César, sustituto ayer del sancionado Andrade, y la anarquía táctica de Duscher, y luego le faltó frescura para que Sergio conectara con Víctor, Valerón, secado de forma impecable por Costinha, y Pandiani. Sólo Luque, por la izquierda, llevó algo de peligro con tres jugadas explosivas.

El Depor sólo tuvo una ocasión en la primera parte y la desaprovechó Valeron ante Baía. Nada más. Un balance muy pobre para un equipo empujado por 40.000 gargantas que estaba obligado a marcar para jugar la final. A Irureta no le quedó otro remedio que mover el banquillo. Era la única salida a tal desaguisado.

Scaloni entró por Víctor, que se retiró cojeando (m. 54), pero no cambió nada. Y, entonces, llegó el mazazo. Derlei aprovechó un pase largo para sacarle un inocente penalti a César que él mismo transformó.

El gol lo cambió todo. Hizo despertar, por fin, a un Deportivo desconocido que en 10 minutos tuvo dos buenas ocasiones de cabeza de Pandiani y César. Pero entonces llegó el segundo bofetón. Naybet cazó a Paulo Ferreira y Collina no le perdonó. Resultado: tarjeta roja (m. 69). El Depor pasó a jugar los últimos 21 minutos con 10.

Pero no hubo héroes. Ni siquiera apareció, una vez más, un apático Valerón que siempre fracasa en los grandes partidos. Lo suyo es digno de estudio. ¡Con que facilidad de se borra de las grandes citas! El, como sus compañeros, abandonó cabizbajo Riazor. Ni siquiera le consolaron los gritos de ¡Depor! ¡Depor!" de la afición. El sueño ya estaba roto.