Ultimo segundo del último partido de Liga del Real Zaragoza. Forcejeo en el área entre Alvaro y Kluivert por ganar la posición, con agarrones mutuos de las camisetas. ¿Falta del delantero o penalti del defensa? El colegiado señala pena máxima y el conjunto aragonés desciende a Segunda por esa acción. Esta imagen de ficción (confiemos que de ciencia-ficción) refleja la graves consecuencias que se pueden derivar de una jugada cuyo principal núcleo dubitativo se localiza precisamente en el colectivo arbitral.

El reglamento especifica que el agarrón dentro del área con el objetivo de impedir que el adversario gane la posesión del balón o tome una posición ventajosa se castiga con un tiro libre directo. Ahora bien, en uno de sus puntos habla de amonestación por conducta antideportiva e incluso de expulsión del infractor si impide una ocasión manifiesta de gol. La amarilla se deja ver en algunos de estos casos, pero la roja, en absoluto, con lo que se vulnera la esencia del reglamento porque, precisamente, el árbitro considera exagerada esa sanción. Marchena no vio ninguna cartulina cuando Tristante Oliva, a instancia de su juez asistente, estimó penalti la caída de Raúl en el Madrid-Valencia del último domingo. Pitó, pero incumplió el castigo completo para el jugador sevillano.

En todos los partidos

La polémica se ha disparado por la trascendencia de los rivales y por lo que había en juego en ese partido, nada menos que el liderato. Sin embargo, este tipo de situaciones se producen en todas las jornadas, en todos los encuentros y varias veces a lo largo del juego. Corners y faltas colgadas sobre la portería rival provocan una marejada entre defensores y atacantes, quienes procuran desembarazarse de la presión enemiga con las manos. Podrían señalarse tres faltas o tres penaltis en la misma jugada.

Los futbolistas no colaboran mucho, pero, siempre que la falta no sea flagrante, en este deporte y en ese escenario hay que abrir un amplio abanico de permisividad, porque los espacios y la maniobrabilidad se reducen tanto que resulta casi imposible evitar la lucha, el contacto. Posiblemente sea una de las imágenes más espectaculares del fútbol, y también un terreno abonado para la picaresca. No hay por qué mutilarla ni tampoco cerrar los ojos; sólo aplicar el sentido común. Hasta hace poco nadie se había quejado de los líos que se montan en las áreas. Ahora hay un motivo más para la protesta y ha aumentado el teatro.

Los árbitros, la mayoría, tienen por costumbre acudir con celeridad hacia el ojo del huracán. Extraña es la vez que uno de ellos no interrumpe un saque de esquina para charlar con el defensa y el delantero e invitarles a que dejan los brazos quietos. ¿Por qué lo hacen? ¿Por qué frenar el curso natural de las cosas? Porque, en el fondo, no quieren verse implicados en la toma de una decisión que les compromete muchísimo si se equivocan. Fue el asistente quien le dijo a Tristante que había sido penalti de Marchena; fue Rafa Guerrero el que, ante el asombro general incluso de la afición del Málaga, avisó a Esquinas Torres de que Alvaro, central del Zaragoza, había agarrado supuestamente a Salva en un córner...

La vida del colegiado ya es de por sí difícil para que, además, ellos se la compliquen más. Si mantienen por mucho tiempo esa actitud de pacificar las áreas hasta el amansamiento, su vida, la del fútbol, será un penalti tras otro. En un intento de avanzar en defensa del espectáculo, se ha maniatado al fútbol, que exige ciertas libertades aunque parezcan faltas o no después de verlas un millón de veces en el vídeo del lunes.