Al primer deporte que se apuntó fue a balonmano. Entonces aún corría por los patios de La Salle Gran Vía, el colegio que marcó su infancia. Jugaba a todo, le daba igual cual fuera el tamaño del balón. Le entusiasmaba el deporte sin distinciones. Transmitía sus mejores recuerdos de la infancia con sencillez. Se veía corriendo detrás de algún balón, fuese del tamaño que fuese. Un cura lo puso en el camino de su vocación, simple cuestión de altura. Ahí comenzó la carrera que soñó hacia un objetivo que cumplió pese a las trabas que se encontró, propias seguramente de la idiosincrasia aragonesa, de esa extrema exigencia que se tiene comúnmente con los entrenadores de casa.

Su éxito no fue fruto de la casualidad, desde luego. Hasta los 16 años fue pívot porque era de los más altos de su generación, sin más. Después fue bajando números hasta moverse con cierta naturalidad entre el 1 y el 2. "Tenía un buen lanzamiento", recuerda Alejandro González, profesor de física y química en el colegio y al tiempo entrenador de baloncesto. "A José Luis tenía que gritarle para que se pusiera a defender. No le gustaba nada, solo tirar", revela el primer técnico del que aprendió Abós, que curiosamente se convertiría en un preparador casi obsesionado por el trabajo en defensa. Lo recuerda así Ruiz Lorente en sus primeros años: "Decía esto antes de empezar: 'Vamos a quitarnos ya el traje, nos ponemos el mono de obrero, nos ponemos el casco (lo acompañaba con el gesto) y vamos a salir a trabajar a tope atrás, como currantes, que es lo que somos'".

Ya tenía el baloncesto muy metido dentro. Él lo llamaba vocación, pero era más. Era pasión. Veía partidos y partidos. Cuando no había manera de ver en las casas encuentros de la NBA o de la Liga Universitaria, Abós (Pepelu para todos) siempre encontraba algún amigo para acercarse hasta el pub Basket, un local mítico de los años 80 en la calle Francisco Vitoria que le puso ojos al futuro de todos aquellos locos que se reunían horas y horas delante de su pantalla gigante. Esas tardes, esas largas noches, junto a las que pasaba entrenando a los más jóvenes o cultivándose con los entrenadores del primer equipo del CAI en el Huevo, demuestran que lo de José Luis Abós fue cualquier cosa menos casualidad.

Fue esa década la que marcó definitivamente al entrenador zaragozano. Se formó como jugador en La Salle, pero pasó al Helios antes de salir del colegio y terminar sus días en las canchas del Boscos y El Olivar. Aunque Abós ya sabía lo que quería ser. Desde niño sentía inquietud por los entrenamientos y sus métodos y a los 17 años, en 1978, ya tenía el título de monitor de baloncesto. Recién entrado en la veintena estaba sentado en los banquillos. Pronto, muy pronto, se encontraría con el éxito, un triunfo que marcó a toda una generación con el Club Baloncesto Zaragoza. A la sombra de los Magee, Allen, Indio Díaz y compañía, Abós entrenaba al equipo júnior que, unos meses después de la primera gran conquista del baloncesto zaragozano, se proclamó campeón de España.

El técnico tenía 23 años. Sus jugadores, 18. Talento de sobra. Fue campeón en el 84. Fue campeón en el 85. Y subcampeón en el 86. En aquel equipo estaba, por ejemplo, Joaquín Ruiz Lorente, el actual entrenador del CAI Zaragoza. Por allí estaban también Paco Zapata, Raúl Capablo, José Luis Oliete y Chuchi Carrera. Estos dos últimos también fueron entrenadores precoces.

Si se quiere ser consciente del mérito de José Luis Abós, de su pasión, de su constancia, no hay más que comprobar la rutina diaria que vivió el técnico durante años. Entre las 8 de la mañana y las 5 de la tarde trabajaba en el departamento de Eficiencia y Control de la Opel. Cuando regresaba a Zaragoza, se iba directamente a entrenar a los jóvenes del CAI. Y después, a los mayores. "Subía con mi coche a cuatro júniors para que entrenaran con el primer equipo y me quedaba a verlos. Tuve la suerte de que el CAI cambiaba mucho de técnico. Najnudel, Laso, Monsalve, Comas...", explicaba hace poco más de un año Abós a Raquel Machín en las páginas de este periódico.

El peregrinaje

Hasta que se topó con Mario Pesquera, un súper clasico de los banquillos españoles. Le ofreció ser su técnico ayudante y Abós aceptó. Fue el entrenador que seguramente más le marcó, "y el que más me mareó", según repitió en más de una ocasión. Cuando a Pesquera lo destituyeron, le dijeron que tenía que quedarse con su puesto como primer entrenador o marcharse. Se fue. Pasó por el Badajoz de Primera, por el Bilbao y el Breogán de la LEB y fue director técnico de El Olivar antes de marcharse a Estados Unidos, donde fue entrenador ayudante en la Universidad de Wake Forest. Después, un año en Inca y tres como ayudante en Girona antes de regresar a Mallorca para mostrar sus cualidades durante tres temporadas en el Drac, en la LEB Oro. Y de allí a su casa, al CAI, al ascenso, al cielo.