Entre el 2004 y el 2006, Jorge Gotor encarnó la ilusión de cualquier futbolista joven. Estaba en su club, el Real Zaragoza, entrenando con el primer equipo. Contaba con el amparo de Víctor Muñoz, incluso fue convocado para la final de Copa del Rey ante el Espanyol. Pero jugar en ese equipo era casi misión imposible ante un elenco de defensas centrales que figuraban en el escaparate más sofisticado del fútbol nacional. También tuvo su sitio en la selección española sub-17 que quedó subcampeona en el Europeo. «Lo tuve complicado para jugar, la pareja Gerard Piqué-Lombán tenía mucho nivel». Fueron los años dorados antes de navegar en un mar de filiales. En las canteras de Espanyol, Murcia o Getafe no encontró la continuidad que requería y, tras pasar por varios clubes del fútbol español le surgió una oferta estrambótica procedente de Oriente Medio.

Era enero, aún con la resaca de año nuevo, con los Reyes Magos a la vuelta de la esquina, cuando Jorge recibió un regalo un tanto inusual. «Estaba en el Sariñena, el presidente y yo acordamos que si llegaba una oferta que me gustase me podía marchar, y así fue». Una propuesta procedente de Irak le sedujo para emprender una aventura cargada de mística. Jorge aterrizó en Erbil, uno de los puntos más calientes del conflicto iraquí. La ciudad de Erbil estaba sumergida en un proyecto pomposo, la inversión procedente del petroleo pretendía convertirla en una urbe del lujo, de rascacielos y estampa futurista, pero solo era una ilusión ante la situación bélica que se vivía unos kilómetros alejados al oeste. El ISIS estaba afincado en la frontera del Kurdistán tras haber conquistado la gran mayoría de territorios que rodean este punto geográfico al norte de Irak. «El preparador físico del equipo era español y me dijo que todo estaba bajo control. Coincidí con Borja Rubiato y los primeros meses estuvimos bien. Incluso renové mi contrato por seis meses más».

El Erbil SC venía de ganar la Liga Premier de Irak. Era un equipo de renombre en el país y que portaba la bandera laureada de este territorio. Se había convertido en todo un emblema de la resistencia kurda. En su estadio, el Franso Hairiri, se podían leer pancartas que rezaban «Kurdistán no es Irak». La situación parecía relativamente tranquila, hasta que los tambores de la guerra incrementaron su repercusión. «Mi zona era segura, pero los del ISIS querían hacerse con la ciudad. Es normal que estuviéramos intranquilos». Jorge no tenía noción de lo que sucedía fuera de la burbuja de Erbil, donde estaban resguardados. En las noticias salían las imágenes de las tropas islamistas emprendiendo una lucha ensangrentada con el ejército kurdo, defendiéndose para que estos no pudieran penetrar en su territorio. Muchas personas se alistaron de forma voluntaria para combatir a los invasores, gente de todas las edades que hicieron un paréntesis en sus vidas para defender a su pueblo. «Yo vivía en un hotel, en la recepción siempre había un botones, de unos 40 años, estaba en la puerta vigilando. Un día dejé de verlo y al cabo de un par de semanas le vi entrar por la puerta con ropa militar manchada, con botas de batalla repletas de barro, con la cara tostada por el sol, y me dijo que venía de combatir al ISIS. Me enseñó fotos de cadáveres y me dijo con emoción, ‘¡a este me lo cargué yo!’».

Esta anécdota se complementó con un cúmulo de circunstancias que evidenciaron un panorama un tanto enrarecido. «Un día me di cuenta de que todas las redes sociales estaban bloqueadas, no podía acceder a nada. Ahí comencé a tener algo de miedo». La Liga de Irak estaba paralizada por los conflictos, solo seguía adelante la Asian Cup, competición que equivaldría a la Europa League.

Llegó un momento en el que Jorge decidió abandonar Erbil y regresar a su casa. Pero no le dejaron. El club tenía su pasaporte por los viajes internacionales que realizaban, y se opusieron rotundamente a su marcha. «Se lo pedí más de una vez, pero ellos no querían dármelo. Me decían que no había motivos para que me preocupara». Jorge Gotor no tenía pasaporte, estaba preso en un equipo que no competía en Liga y que estaba ahogado de incertidumbre. Ante esa tesitura, decidió ponerse en contacto con las diferentes autoridades del fútbol español y con la embajada española en Irak para que le ofrecieran ayuda.

Tras una larga lucha consiguió partir gracias a que le facilitaron un duplicado del documento. El club, una vez se enteró de su marcha, le exigió que volviera, pero ya no había marcha atrás. «Se enfadaron mucho, tuve que esperar en España cinco meses para que expirase el contrato con el Erbil y poder firmar con otro equipo». Cualquier otra persona hubiera tenido suficiente con aquella exótica experiencia de alto desgaste, pero la mente de Jorge es demasiado inquieta y se embarcó hacia otra dimensión aún más inusitada. A través de un representante le surgió la posibilidad de volar a Indonesia para firmar por el Mitra Kukar FC. Se trata de un equipo que ha cambiado tres veces de ciudad por decisión de sus dirigentes hasta asentarse en Tenggarong, un enclave inundado por el clima húmedo característico de esa zona. Aunque esa primera experiencia asiática duró relativamente poco tiempo.

Purga en Indonesia

La competición en Indonesia estaba cargada de corrupción, tal fue así que las instituciones gubernamentales se metieron de lleno y decidieron restaurar el torneo disolviéndolo. Había dos Ligas, una oficial y otra al margen, donde se desarrollaban actividades algo opacas. «La Liga se acabó, todos los contratos de jugadores se anularon. Yo me tuve que volver a España». Tras un breve paso por el Eldense, el jugador aragonés volvió al Mitra Kukar FC después de que las autoridades purgasen el fútbol indonesio. Pese a no tener una cultura futbolística arraigada con el paso de las generaciones, el fervor del fútbol ya ha eclosionado en Indonesia. «Voy por la calle y me piden fotos, ven a un rubio de ojos azules y se vuelven locos», explica Jorge. Ahí las entradas valen cerca de dos euros, aún así muchas personas no se lo pueden permitir: «Ves a niños por la calle descalzos, sin dinero para pagarse unos zapatos, pero siempre con una sonrisa en la cara. Esa actitud te cambia como persona». Por ahora seguirá disfrutando de Indonesia: «Estoy bien, pero no me disgustaría irme a otro destino». Jorge está descubriendo diferentes culturas gracias al fútbol, su espíritu se nutre de realidades paralelas a la cultura occidental. No es convencional, no tiene pasaporte.