Bilbao. Mayo de 1991. El Espanyol está concentrado en un hotel cercano a San Mamés. Luis Aragonés, el técnico perico, se relaja con Santi Salvatierra, el delegado del equipo, y Manel Fanlo, jefe de prensa. La agradable conversación se ve interrumpida por un ñmañana os vamos a meter seis", una frase que sale de una mesa del rincón. Aragonés no se calla. Y responde. Cada frase suya es un estruendo. Un improperio tras otro, cada vez más alto. El camarero, nervioso, comienza a gesticular a la delegación perica. Pide que se callen, pero Luis sigue. Habían insultado a su gente, habían faltado al respeto a sus futbolistas. Y dale... El camarero acabó de los nervios. La razón: el míster no se había fijado que estaba insultando a José Luis Corcuera, el ministro del Interior. Así era Luis: el grupo era intocable.

Aragonés basó su éxito en su forma de llevar el vestuario y en la facilidad con la que veía el fútbol. De carácter fuerte, no permitía que el jugador se relajara, se escondiera y no diera todo por el escudo. Quería compañerismo en el vestuario. Luis sabía que no podría traicionar a sus jugadores. Por eso siempre fue de cara. ñHa sido el mejor entrenador que he tenido", recuerda Diego Orejuela, aquel año capitán del Espanyol. ñEs fácil decir estas cosas de personas que ya no están, pero es la verdad. Y te lo dice un futbolista que jugó muy poco con él", recuerda Orejuela.

Aquel año el Madrid le quiso fichar cuando ya era técnico del Espanyol. No se fue porque había dado su palabra. Fue un futbolista técnico y quería que sus equipos respetaran el esférico. ñAl suelo, venga, raso, acaricien el balón, toque, toque, toque...", se le oía en los entrenamientos. Estudiaba la plantilla y luego elegía el sistema. Los futbolistas hacían bueno el sistema. Defensa de cuatro en Sarriá; de tres en el Betis. Era un lujo tenerlo en el banquillo.

Mimaba al jugador. No permitía que nadie se metiera con ellos, pero les apretaba. ñOlvídense de la prensa, de los directivos. Ustedes entrenen; Luis tiene las espaldas muy anchas", decía a sus plantillas. En el Espanyol recibió las primeras críticas por parte de algún directivo tras el adiós copero. Luis fue de cara: ñSupongo que usted jugó a fútbol en el colegio porque el balón era suyo". No hubo respuesta.

"Míreme a la cara"

Cuando algún futbolista quería hablar con él, siempre estaban los capitanes en la reunión. Así no se podía malinterpretar la conversación. Con el alemán Wuttke fue distinto en el Espanyol. "Míreme a la cara, si quiere nos metemos en una habitación a ver cuanto me dura". Dicen que Luis le propinó un cabezazo en una de esas discusiones. Nadie lo vio.

Tras 757 partidos de Liga, le llegó el premio de la selección. Allí plasmó todo: que el balón se juega por abajo. Hizo una incomprendida transición. Dejó fuera a Raúl y confió en los pequeños. En lniesta, ñmás rápido que Gento"; en Xavi, ñde otra galaxia". Y ganó el Europeo. ñSi no llego a la final con este grupo es que soy un mierda". Luis logró que España fuera un equipo. Ese es su incontestable legado.