Eran las 02.05 de la madrugada del viernes al sábado. El doctor Ángel Charte, galeno de confianza de los motociclistas, junto al mago de las manos Javier Mir, dormía como un bendito. Le despertó su iPhone 6, que se recargaba en su mesita de noche. En la pantalla que se iluminaba se leía: 'Julià Márquez'. Era papá Márquez. Y, de un brinco, atendió la llamada. Álex padecía un cuadro febril preocupante. "Me temo que es gastroenteritis", se atrevió a pronosticar Julià.

Álex, el chico que, 34 horas después, iba a contar con la mejor oportunidad de su vida para pisar el firmamento de los campeones, no cesaba de vomitar, sufrir arcadas y náuseas. Charte despertó a su amigo Mir y se pusieron manos a la obra, sin que nadie se enterase. Álex fue minuciosa y silenciosamente medicado durante las siguientes horas. Es más, la mañana del sábado, durante cuatro horas, se las pasó recluido en una habitación secreta, en la que los doctores le suministraron, gota a gota, un suero que le permitiera recuperarse de su descomposición y fiebre. Tras esas cuatro horas inmóvil, el pequeño de los Márquez salió a correr e hizo unos fabulosos entrenamientos, que le permitieron colocarse en primera línea de la parrilla de salida del domingo.

Ese mismo sábado, antes de irse a la cama, los doctores le inyectaron 10 miligramos de un producto antináuseas y Álex, cuentan, durmió como un bebé. A las ocho de la mañana de ayer, es decir, del día de la carrera, Charte entró en su habitación y respiró tranquilo. Se había obrado el milagro y el niño Márquez estaba listo para combatir en la madre de todas las batallas.

El pistolero del paddock hizo, en efecto, la carrera de su vida, y nadie notó ni supo que llevaba dos días enfermo, indispuesto. Bueno, sí, lo notó su hermano Marc cuando, la noche del sábado, quiso repasar, ya en la cama, la estrategia de la carrera. "Lo siento, Marc, me voy a dormir; hablamos mañana. De verdad, gracias, pero necesito dormir". Y sí, ya el domingo, Álex, Marc, Emilio Alzamora y papá Julià conversaron frente al desayuno.

Y los dos campeones salieron sonriendo del comedor. "Esa sonrisa --explicaba ayer Randy Mamola, cuatro veces subcampeón del mundo de 500cc-- es el mejor anuncio del Mundial. Es una sonrisa contagiosa, que dice mucho y bien de nuestro deporte. Un lujo para todos". Esa reunión, ese aquelarre, debió de ser similar, sin duda, a las fiestas que los Márquez organizaban en los cámpings y circuitos de kárting a los que iban a correr, caravana incluida. Eran, dicen, como minivacaciones, "20 minivacaciones al año", pues ese era el número de competiciones a las que iban. "Jugábamos, nunca pensamos que llegaríamos hasta aquí --insiste Álex--, aunque quizá algún día se le debió escapar a Marc que seríamos la repera. No sé, puede que sí". Ayer, ya sin fiebre, sin vómitos, se hicieron la foto de campeones. Esa que Ángel Charte plasmó en su iPhone 6.