Viene el Zaragoza de tan lejos que, a pesar de haber sumado 11 de los últimos 15 puntos sin tacha, está a la misma distancia de la zona de promoción de ascenso que del descenso. Da escalofríos imaginar lo que hubiese pasado si el Sevilla Atlético no abochorna al equipo aragonés aquella sombría tarde víspera de San José. Raúl Agné se habría mantenido en el banquillo dos o tres jornadas más, hasta el descabello se entiende, y el Zaragoza se habría metido en un lío morrocotudo Aún más, se entiende también. El destino quiso, no obstante, que Saja cometiese la torpeza que ha terminado por conducir al Zaragoza hacia la luz. Aquel error que pareció funesto elevó a César Láinez a la categoría primera de salvador. Se congratula hoy el zaragocismo de tamaña humillación ese día que el Sevilla baby terminó con un jovenzuelo defensa como portero. El equipo de Agné no fue capaz de ganar, ni siquiera de dispararle a puerta. Perdió, bien se sabe.

Láinez insiste en atribuir todo el mérito a sus futbolistas. Al revés, los jugadores piensan que el principal responsable del cambio ha sido el técnico. «Es un pedazo de entrenador», dijo por aquí hace cuatro días Ángel en una entrevista en la que no le hizo falta nombrar al anterior entrenador para desmontarlo. Pongamos que entre todos se han compuesto el presente: 7 puntos, 7 partidos. O lo que es lo mismo, el debate de hacia dónde vamos.

Hay lo mismo por arriba que por abajo. En el Zaragoza se da por hecho que el asunto del descenso está resuelto. Bien está. Sin embargo, nadie se atreve a nombrar el playoff. ¿Por qué? Quizá sea pudor, o vergüenza. Acaso consciencia de la dificultad. Las cuentas de la lechera salen así: si el Oviedo, que es sexto, mantiene su proyección de puntos, acabaría la competición, con 63,6, según promedio. Al equipo de Láinez le harían falta 64. Es decir, debería mejorar incluso su ritmo actual y ganar 6 de los 7 encuentros que quedan por jugar.

Es improbable, claro. Se diría que tiene más que ver con los milagros, aunque de eso también se entiende por aquí. Se hizo uno en Primera hace cinco temporadas logrando la permanencia después de estar a 12 puntos de la salvación. Nadie lo había hecho antes, nadie lo ha vuelto a hacer. Hace un par de años completó otro suceso asombroso en Gerona aquella tarde de la promoción donde fue capaz de levantar un 0-3. Aun así, nadie quiere oír hablar de eventuales prodigios, al menos de puertas afuera.

La realidad dice que hay una opción. Mientras exista, el Zaragoza debe pelearla con la misma fogosidad con la que se ha alejado del descenso. Si gana al Getafe, el Oviedo pierde ante el Levante y el Huesca no puede con el Rayo, circunstancias más probables, estaría a 4 puntos de la sexta plaza dentro de una semana, a seis jornadas del final y con una visita pendiente al Tartiere. Las perspectivas, la percepción, la realidad, serían bien otras.

La afición pide derecho a soñar. Lo hace con cierto rubor, parece que le obliguen a pedir el consentimiento interno para fantasear con el ascenso. Unos jugadores dicen que no, otros que primero los 50 puntos, y Láinez solo habló del Getafe. Todos están dentro, pero afuera ya llaman al timbre. Ding, dong. ¿Se puede? Con permiso...