Más de 40 millones de inversión contemplan el desembarco de Jim Ratcliffe, considerado el hombre más rico del Reino Unido, en el mundo del ciclismo. A partir de mayo llegan las petrolibras al pelotón. Desde esa fecha, el aficionado a este deporte deberá olvidarse del Sky y centrarse en el Ineos, pero seguirá viendo a Chris Froome, Geraint Thomas y al nuevo valor Egan Bernal bajo el mismo equipo y, sobre todo, con el miedo en el cuerpo, el temor a que, llámense como se llamen, seguirán ejerciendo el control y la dictadura del bloqueo del Tour.

El ciclismo, de toda la vida, ha vivido de los mecenas, de ricos inversores que han querido darse a conocer gracias al movimiento de las dos ruedas y al potencial de las figuras que han fichado. Recuérdese, por ejemplo, a Bernard Tapié, en los años 80, o más recientemente al millonario ruso Oleg Tinkov con todas sus excentricidades, hasta la de hacerse las etapas del Tour en bici por delante de los participantes.

En un deporte en el que no existe un tope salarial (situación que se discute desde algunas vías) puede darse el caso de que en un mismo pelotón, por ejemplo el de la Vuelta, coincidan corredores con contrato por encima de los seis millones de euros con ciclistas que perciben fichas que en algunos casos no superan por mucho el salario mínimo interprofesional.

Y, en el del Tour, se puede dar la situación de que participe un equipo, antes el Sky y en julio el Ineos (una petroquímica británica), con hasta tres candidatos a ganar y hasta cinco gregarios para ayudarlos que podrían erigirse en líderes en cualquier escuadra media del panorama mundial. Por esta razón, si les interesa, ellos pueden hacer un destrozo de tremenda magnitud o, en caso contrario, imponer un ritmo que bloquea al más bravo de los oponentes. Nadie se mueve.