A Andrey Amador, la mitad del año en Costa Rica y la otra en La Garriga, entre Centroamérica y Cataluña, ya le han dicho que tiene que estar pendiente de Alejandro Valverde y Mikel Landa. Los mecánicos conocen las instrucciones: doble cinta en el manillar, para evitar las ampollas en las manos de los corredores, ruedas más anchas, para que superen mejor las piedras, los adoquines, el pavés, como guste denominar, y los tubulares menos hinchados para que el corredor no rebote tanto por los tramos propios, comunes de la París-Roubaix. ¡Llega el Infierno del Norte! ¡Sálvase quien pueda!

«Yendo hacia Amiens (final de la octava etapa resuelta el esprint con nuevo triunfo de Dylan Groenewegen y con castigo a Fernando Gaviria y André Greipel por esprint peligroso) tuvimos un día tranquilo. Nada tendrá que ver con el estrés que nos espera camino de Roubaix». Así hablaba, tras bajar de su coche, José Luis Arrieta, director del Movistar. Landa, feliz por superar otra etapa sin gran historia, bebía un sorbo de agua. Sudaba. Pero se mostraba tranquilo. «Los adoquines son los que son. Yo estoy bien y esto es lo importante». Amador le trazará la ruta. Sabe que todo lo que se separe de la rueda de Valverde puede ser un drama. E Imanol Erviti, el mejor entre los componentes del equipo español en las piedras, deberá estar pendiente también de Nairo Quintana.

EL FUTURO, EN JUEGO / Y así es porque hoy se juega buena parte del futuro del Tour. No es un día ni para bromas ni para despistes. Es una jornada en la que además hay que cruzar los dedos porque cuenta tanto la buena suerte como la habilidad por no caerse. No hay equipo sin nervios. Y el Sky de Chris Froome no es la excepción. En uno de sus camiones están guardadas las bicis especiales que llevarán este domingo con una pequeña suspensión en la parte trasera, para que el culo no sufra tanto, para que Froome supere un día al que tiene pánico. En el 2014 abandonó la carrera tras caerse antes de que comenzaran los pedruscos.

Para imaginarse cómo son los adoquines no basta verlos por la tele o en fotografía. Hay que tocarlos. Hay que arrodillarse y poner los dedos, que se hunden entre piedra y piedra, entre la tierra y la hierba en unos tramos construidos a principios del siglo XX para transportar ganado que solo se conservan por el ciclismo. 15 tramos de adoquines aguardan hoy a los corredores hasta completar 22 kilómetros de la jornada más temida del Tour. «Es una etapa que da miedo pero tengo buenos compañeros para afrontarla», dijo Chris Froome. «El objetivo será intentar no perder el Tour, pero hay que tener suerte porque el problema es si pinchas o te caes, que no puedes pasar y es difícil solucionarlo», señaló Alejandro Valverde. Las piedras del Infierno del Norte marcan el camino del Tour.