Pilar Cordón lleva más de dos décadas siendo la jinete aragonesa más destacada gracias a una dilatada carrera a lo largo y ancho del globo terráqueo en un mundo extremadamente complicado como es el salto ecuestre. Pilar probó desde que era bien pequeña muchos deportes, igual que sus cuatro hermanos. Hizo tenis, gimnasia rítmica, ballet o golf. Muchos en definitiva. Pero a sus padres les gustaba montar a caballo y desde entonces surgió un flechazo que perdura hasta hoy, a sus 46 años, y lo hará por siempre: «Mi madre nos llevó a todos un día y yo me quedé, porque es una pasión».

Luego llegaron participaciones en Campeonatos de Europa (tres concretamente), del Mundo (dos presencias), Copas de Naciones y hasta unos Juegos Olímpicos, los de Río 2016. Ha habido momentos mágicos y otros que no tanto, pero sigue siendo un estandarte del deporte aragonés en una disciplina plagada de competitividad y de dificultad. Vive en Bélgica, donde tiene la cuadra con cinco caballos adultos preparados para la competición y dos jóvenes de siete años, y desde allí se va moviendo por el mundo de prueba en prueba.

En Bélgica se prepara ella y también hace lo propio con sus caballos, una tarea mucho más complicada de lo que puede parecer a priori y de suma importancia. De hecho, Pilar reconoce que «el atleta es el caballo» y que el jinete «es importante física y mentalmente», pero que el animal supone «el 70% del binomio y la persona el 30%».

Los contrastes de Brasil

Pero en esta ecuación tiene que entrar el equipo que hay detrás, «porque en la pista solo se ve al caballo y al jinete, pero no están solos», afirma. «Los caballos tienen osteópatas, fisios, herrador, veterinarios… Es como un atleta. Es un equipo enorme de personas para la competición internacional de alto nivel y es muy importante porque tiene que ser de primera», explica.

El motivo es la enorme competitividad que existe en el deporte ecuestre: «La alta competición está muy dura. Hay de alto nivel todos los fines de semana y para estar entre los mejores del mundo hay que tener una cuadra con muchísimos caballos porque si no es imposible».

A pesar de ello, tras muchos años de trabajo, consiguió la clasificación para los Juegos Olímpicos de Río 2016, que es hasta la fecha el momento de su carrera deportiva más dulce que ha tenido. Ya estuvo cerca en Sídney 2000, pero le llegó muy joven la oportunidad y se quedó en la preselección. En Brasil, al fin pudo disfrutar de una competición tan especial. «Es una experiencia preciosa estar en la Villa Olímpica y sentir el ambiente que hay. Se va a quedar en mi corazón para toda la vida. Ojalá lo pueda vivir una segunda vez, pero estoy feliz por haber podido estar ya en unos Juegos», explica Cordón.

De todos modos, a pesar de ser unas semanas de intensa emoción, a la aragonesa le quedó la misma sensación agria que a muchos deportistas que estuvieron presentes en Brasil, porque «hubo cosas que hicieron que se me cayera el alma al suelo». «Es una sensación muy extraña y organizar unos Juegos cuando ves tanta pobreza a tu alrededor es complicado», comenta.

De cara al futuro, a Pilar Cordón le encantaría «ganar una medalla» en un gran campeonato, porque «trabajo todos los días para mejorar el nivel y corregir cosas». Además, Tokio 2020 también está en el horizonte: «Opciones tenemos todas, pero hay que trabajar para lograr la clasificación. Tengo muy buenos caballos y hay que trabajarlos y tenerlos en forma para que lleguen a un buen nivel físico y no es fácil. El camino es duro, lleno de trabajo y contratiempos. A ver si lo conseguimos, porque no está fácil. Lo vamos a intentar poniendo todo nuestro amor», afirma.

Como ella avisa, no será nada fácil. Hay aspectos que no dependen de sí misma, como que «en España estamos muy dejados» y, aunque «el nivel de los jinetes es tremendo, faltan caballos y si uno destaca se vende». Aún así, la amazona tiene un arma muy valiosa, que es el vínculo con sus caballos: «Es precioso y con cada uno es diferente. Se hace día a día, lo vas conociendo poco a poco, como a una persona. Es una amistad y son animales de una sensibilidad enorme. Es difícil de explicar, hay que sentirlo y vivirlo», concluye.